Uno de los grandes objetivos del nuevo entrenador de Independiente será dotar al equipo de la agresividad futbolística que no tiene y que lo mostró en los últimos tiempos como una expresión débil y claudicante que se derrumba ante la mínima adversidad

Primera observación: está bien elegido Lucas Pusineri como entrenador de Independiente. Y es sugestivo: está bien elegido pero todavía no se sabe muy bien lo que piensa Pusineri en el rol de técnico, aunque ya acredita experiencias en Colombia dirigiendo al Cúcuta y al Deportivo Cali.

Independiente necesitaba como el agua encontrar a alguien con cierta llegada con la comunidad roja. No porque esta relación le abra las puertas a determinadas plenitudes futbolísticas, pero siempre es un buen punto de partida, después de algunos episodios muy negativos.

Pusineri no es una bandera gloriosa de Independiente, aunque salió campeón con ese formidable equipazo que bajo la conducción del Tolo Gallego se consagró en el Apertura de 2002 convirtiendo en 19 fechas 48 goles. Las banderas gloriosas del último medio siglo son Santoro, el Chivo Pavoni, Villaverde, Trossero, Bernao, Pipo Ferreiro, el Pato Pastoriza, Marío Rodríguez, Bochini, Bertoni y el Negro Galván, entre otros.

Pero Pusineri supo escribir alguna página valiosa en Independiente. No porque haya sido un volante espectacular. No lo era. Lo que sí hay que reconocerle fue su presencia, su mentalidad ganadora y cierta lectura afinada de los tiempos y los espacios para arribar a posición de gol y convertir, más allá de esa recordada conquista a Boca, cuando se elevó y clavó un gran cabezazo que dejó congelado al Pato Abbondanzieri y le permitió a Independiente abrazar el título en la fecha siguiente con el 3-0 a San Lorenzo, desactivando la arremetida de Boca, bancada también desde el sillón principal de la AFA.

En cada oportunidad que se le presentaba, Pusineri inclinaba la charla para un sector muy definido: decía que algún día iba a regresar a Independiente como entrenador. Tuvo paciencia y perseverancia. Volvió. Ahora tendrá que verse su muñeca. Y sobre todo, su idea, porque el fútbol a pesar de todo el show que gira a su alrededor, sigue siendo una idea.

¿Cuál es la idea de Pusineri? Esto es lo que no está muy expresado. Pero hay señales que el protagonista deja por el camino y que dan margen para que lo interpretemos. Acá no hay nada sofisticado ni complejo. Pusineri va a los papeles. Lo que él era como jugador (apasionado, directo, potente y muy activo y generoso en el despliegue), quiere que juegue su equipo.

En esta misma línea o sintonía habría que incluir a su admirado Diego Simeone. Atlético Madrid juega como jugaba Simeone. Esto no es lineal. Pero refleja una manera de abordar el fútbol. El Cholo Simeone no era un dotado. Pero nadie le podía negar la garra y la polenta que desparramaba por las canchas. Ese perfil guerrero es el que le inoculó al Atlético.

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Pusineri pretende caminar por la misma vereda que transitó Simeone desde que ejerce como técnico. Y hasta hay cierta identificación de Pusineri con Simeone. Claro que Simeone fue elaborando algo muy valioso en su recorrido como entrenador: un viaje de ida y vuelta con los jugadores. Sin ese viaje de ida y vuelta, no hay comunicación posible. No hay contagio. No hay transmisión. No hay nada.

Ese viaje es lo que uno da y el otro recibe hasta resignificarlo en virtud. Es el hilo invisible de la comunión colectiva. Simeone construyó ese lazo. Por eso el Atlético sin llegar a ser el Real Madrid ni el Barcelona, les da pelea. Simeone fortaleció al Atlético y compensó lo que no tiene (los talentos individuales del Real y del Barça), con el rigor, la entrega y la convicción de un equipo guerrero.

Sueña con eso Pusineri. Con ese equipo guerrero. Por eso apenas firmó en Independiente el pasado lunes, puso en foco “la mística, la garra y el corazón”. Esto no tendría que interpretarse como que solo le interesa pararse en ese escenario y despreciar el juego. Pero es su hoja de ruta. Su plataforma para empezar a bajarle línea a un plantel muy golpeado y vulnerable.

Este Independiente al que dejó en la lona el sobredimensionado Sebastián Beccacece y que tomó en la transición Fernando Berón, denunció entre otras flaquezas inocultables, no tener un valor agregado. Es débil anímicamente el equipo. Se derrumba en la adversidad. Y pierde más de lo que gana, también por inocencias futbolísticas demasiado extendidas.

El gran desafío de Pusineri será dotar al equipo de la agresividad y el temple que hoy no revela. Agresividad y temple para encarar los partidos en condiciones favorables o desventajosas. La agresividad y el temple citado no es otra cosa que aquello que Simeone explicó en enero de 1997 en muy pocas palabras, en ocasión del cruce de Argentina ante Uruguay en el Estadio Centenario por las Eliminatorias para Francia 98: “Tenemos que jugar con el cuchillo entre los dientes”.

Precisa Independiente reivindicar lo que no muestra: mayor compromiso, mayor actitud, mayor presencia. Si Pusineri, con todas las limitaciones del caso, no logra transferirle al plantel una identidad (futbolística y emotiva) sin claudicaciones, estará fracasando en su intento. En cambio, si le levanta la temperatura a un equipo tibio que en la reanudación de la Superliga enfrentara a River (partido suspendido que se disputará el 19 de enero), Rosario Central, Boca y Racing, dará un gran paso adelante.

Lo sabe Pusinari. Lo sabe cualquiera que frecuente el fútbol. El tema, como siempre, es reconvertir los deseos en realidades.

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