Gobernó la AFA con mano de hierro y el 'sijulismo' se convirtió en una religión en el edificio de la calle Viamonte. Así era el hombre que se jactaba de ser "el vicepresidente del mundo"
Para muchos era el Papá Noel que les abría la billetera (de la AFA) para tirarle un salvavidas a los dirigentes que se habían ido a la banquina con los gastos, cualquiera fuera el color de camiseta que lucían.

Para muchos, también, era el patrón de estancia que, con sabiduría maquiavélica, había armado una estructura piramidal que siempre desembocaba en su escritorio. Allí encontraban la solución, con algo de cosa perversa, los desesperados del sistema. Pero a un altísimo precio: la dependencia y hasta la obsecuencia eran difíciles de cortar de allí en más.

Los fines de semana se recluía en su campo de Loma Verde, sobre la ruta 215, pero antes solía ir por las provisiones necesarias al centro de la pueblerina ciudad de Brandsen, a pocos kilómetros de la tranquilidad, los nietos y el aire puro que lo esperaban. Bajaba del coche y caminaba por las veredas como si nada. Con chofer, pero si custodia, aunque él se jactaba de ser 'el vicepresidente del mundo', dando por sentado que la FIFA era y es más importante que el presidente de los Estados Unidos o el mismísimo Papa, aunque éste se llame Francisco y se haya criado en Floresta.

Año 1995, cuando el fútbol argentino ya empezaba a mostrar una decadencia progresiva: el presidente de un club de barrio, de los denominados chicos, concede una entrevista a quien esto escribe en su oficina de la calle 25 de Mayo y habla maravillas de don Julio. Pero una vez que se apagó el grabador, el hombre en cuestión no pudo contenerse: 'En realidad a Grondona lo quiero matar, pero no lo puedo decir públicamente porque te pone los pitos en contra y te manda al descenso'.

Así fue la relación de Julio Grondona con sus pares al menos desde hace un cuarto de siglo: amor declarado sobre el escenario y sinceridad venenosa y brutal entre bambalinas. Le tenían temor como se le teme a un capo mafia. Por eso, el 'sijulismo' se convirtió en una religión en el edificio de la calle Viamonte donde la AFA tiene su sede y el hombre de la ferretería de Sarandí estableció su reinado. 'El que se planta y lo enfrenta, que se prepare para un exilio en Siberia', era una de las bromas más escuchadas en los pasillos del poder futbolero.

Realidad o mito, al descenso de River se lo vincula con una rabieta de Daniel Passarella (entonces presidente del Millonario) que llegó hasta el escritorio y las propias barbas de Grondona. Después de un arbitraje polémico en un superclásico, Passarella fue a 'patearle la puerta' y a gritarle que tenía que irse porque su tiempo había expirado largamente. Casualidad o no, de allí en más River no ganó un partido más y la historia ya se sabe cómo terminó.

Esto no es mito: a quienes hacían bien el trabajo a su lado, don Julio los premiaba eternamente. Y cuando esos mismos dirigentes caían en desgracia en sus propias instituciones, Grondona no sólo les tendía una mano amiga para que no tuvieran que salir a buscar trabajo. También se encargaba personalmente de llamar a los sucesores y con su habitual tono paternal les advertía: 'Miren para adelante', un eufemismo de 'guaí con andar revolviendo el pasado'.

Su cintura política le permitió sobrevivir 35 años sentado en el muy apetecible sillón mayor de la AFA atravesando gobiernos de todo signo y color. Y también intentos varios de desestabilización, sobre todo cuando el negocio del fútbol empezó a mostrar que era generador de recursos económicos ilimitados.

Se terminó un reinado de 35 años que pareció más que eterno. Pero dejó sus profundas huellas.

De las buenas: una Copa del Mundo, dos finales más, varios títulos en juveniles, la coherencia para bancar contra viento y marea a los técnicos de la selección nacional y la garantía de que hasta los clubes grandes y poderosos se iban al descenso deportivamente.

Y de las malas: un fútbol argentino que hoy se desangra entre deudas, desorganización crónica y violencia. A propósito: una vez Julio Grondona confesó que eliminar la violencia en el fútbol argentino era su deuda pendiente. Y se fue sin poder saldarla.

Se fue Grondona. Se fue don Julio. Nadie lo podrá igualar: nunca más un dirigente sobrevivirá 35 años ininterrumpidos al mando de la AFA.

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