Es reconocido como uno de los diez mejores profesionales de la Ciudad en su rubro por la manera esmerada con que atiende a sus clientes, con quienes entabla una relación única, franca y natural.
Para Oscar González no es sorpresa que un cliente lo llame a su celular para saludarlo por su cumpleaños, que otro le ofrezca un departamento en la costa para pasar las vacaciones o que alguno de los comensales que habitualmente atiende en el restaurante donde trabaja le confiese en plena sobremesa una angustia que lo atormenta.

A las condiciones humanas que llevan a que sea distinguido en su condición de mozo por los habitúes del restaurante Miramar, donde se desempeña desde hace diez años, Oscar le suma una preparación a conciencia en torno a su oficio.

Esas fueron sin dudas las razones que lo llevaron a ser considerado uno de los diez mejores mozos de la Ciudad de Buenos Aires, tras una encuesta realizada a por grupos gastronómicos, miembros de la escuela de sommeliers y periodistas especializados.

"Soy tercera generación de gastronómicos porque mi abuelo Faustino fue chef, mi abuela Ramona cocinera y mi padre llegó a ser maitre de un famoso restaurant de Belgrano. Se ve que la sangre tira", apuntó Oscar a HISTORIAS DE VIDA.

De hecho, su carrera en el oficio comenzó cuando tenía 9 años, como lavacopas en el restaurante del abuelo y si bien en algún momento pensó que lo suyo podía estar en el fútbol, no pudo afirmarse en su paso por las inferiores de Boca y Excursionistas, por lo que intentó un buen cambio de frente y se acercó a la gastronomía.

Igual fue diez

Nacido en Paraná pero adoptado en Buenos Aires por el barrio de La Boca, Oscar, que tiene 34 años, transitó de joven como mozo en eventos, salones y restaurantes, donde entendió que en su oficio podía llegar a brillar como alguna vez lo soñó, pero no como lo imaginaba con una camiseta con el número diez en la espalda.

"Por esos años, como me quedé con la altura y el físico de los 13 años, me tuve que dejar la barba candado para dar imagen de mozo más grande", recordó. Sin embargo, en lo suyo creció, y mucho.

Admite que ha estudiado sobre vinos para recomendar sin margen de error y hasta en el celular tiene apuntados a clientes catalogados por sus platos preferidos. Ese mismo teléfono es al que los clientes lo llaman hasta fuera del horario de trabajo para reservar lugar o saludarlo, como lo hicieron por el nacimiento de sus tres hijas Gisela, de 15; Maia, de 8, y Tatiana, de 5. Es más, le acercaron regalos para las nenas.

Fuera de su actividad que se extiende en el bodegón de San Juan y Sarandí en dos turnos de 12 a 16 y de 20 a 1, Oscar tiene la cabeza centrada en sus hijas, empeñado en inculcarle los valores de la familia. La empresa sin embargo no es fácil porque está separado, independientemente de mantener una buena relación con su ex.

"Es difícil ser compañera de un gastronómico porque trabajás el Día del Padre, el de la Madre, en las fiestas. Por eso -aseguró- el tiempo libre que tengo se lo dedico a mis hijas ya que vivo para ellas".

Es común que alguien llegue al restaurant y le diga "estamos en tus manos, decinos qué comemos y qué tomamos", lo que pone en marcha el desafío para Oscar que en el fondo, disfruta.

Parece nacido para ese oficio en el cual descubrió que no solo es servir los platos a tiempo y recomendar el vino justo para la comida solicitada. Oscar le puso un plus, el de una calidez natural que extiende en cada mesa a su cargo.