En el plano de la teoría, River le saca ventajas a Boca. Pero la teoría en el fútbol son papeles en el viento. La idea de River, la imagen claudicante de Boca. Y las certezas que el fútbol nunca las permite.
¿Qué tiene River? Un equipo, un funcionamiento y una idea. ¿Qué tiene Boca? Ni  equipo, ni funcionamiento ni una idea. ¿Esas diferencias cualitativas significan que Boca, este domingo en el Monumental, no acredita ninguna chance y será vapuleado por River? De ninguna manera.  

El fútbol nunca adhirió a las lógicas preestablecidas ni por lo que juegan ni por los que miran. Siempre fue salvajemente libre. Y determinado por su propia inspiración y dinámica. Nadie puede ofrecer ninguna certeza de antemano. Solo especulaciones. En ese marco de especulación, aparece mejor River por el peso de sus últimas producciones, aunque en los empates ante Arsenal y Lanus haya retrocedido un par de casilleros que, incluso, desacomodaron al técnico Marcelo Gallardo, demasiado susceptible e intolerante con los árbitros, los jueces de línea, los adversarios, los hinchas rivales y los ritmos del partido.

Debería tranquilizarse Gallardo para no aparecer como un llorón consumado cuando su equipo no impone su agenda futbolística y logra desatar goleadas como las que, por ejemplo, padeció Independiente. En la victoria, Gallardo no le pasó facturas a nadie. Cuando River empató, comenzó su malestar. Y su protagonismo en los libros de quejas.

Hoy, River, es superior a Boca. Tiene juego colectivo. Pero igual está en tránsito. No se afianzó como equipo. Le faltan horas de vuelo para hacerlo. Más partidos. Más entrenamientos. Y más pruebas, en definitiva. Lo que le duele a River es que le devuelvan la presión con presión del otro lado. Ahí sufre. Y por instantes se desordena, como lo comprobó Lanus durante largos pasajes del partido en el reciente 1-1.

Ahí se advierte que River, más allá de sus virtudes, su idea y su funcionamiento que lo tiene, sigue construyéndose. Y en esa construcción colectiva que Gallardo reivindica, si el rival le achica los espacios en campo rival, River tambalea en el fondo. En cambio, si gana la iniciativa, suma algo poco usual en este fútbol argentino: precisión en velocidad y capacidad ejecutiva para llegar con frecuencia a posición de gol y definir. 

Boca, como lo viene siendo hace ya demasiado tiempo, es una auténtica incógnita. Y quizás la dimensión de esa incógnita es lo que lo convierte en un adversario tan desconcertante como peligroso. Lo despidieron a Carlos Bianchi, arribó el Vasco Arruabarrena y las señales del equipo no se expresan. Y si se expresan son muy erráticas.

Por encima de algunos resultados favorables, Boca denuncia su crisis, que por otra parte no es nueva. La crisis de amplio alcance se llevó puesto a Bianchi con todos sus pergaminos que no le alcanzaron. Arruabarrena llegó para cubrir ese naufragio impensado. Por ahora, Boca empuja. Y juega poco.

Empuja para intentar disimular todo lo que no tiene. Entre esas cosas, perfilarse como un equipo armado. Así, con sus debilidades a flor de piel, irá a buscar el camino del reencuentro emotivo y futbolístico en el Monumental. A pesar de esas diferencias de estructura y recursos que en la previa lo iluminan mejor a River, ni River es la banca ni Boca es el punto.

El fútbol de ayer y de hoy no admite esas clasificaciones taxativas. Nadie gana ni pierde en la víspera, salvo en las casas de apuestas. Y esto es lo que define al fútbol de todos los tiempos. Su ausencia de verdad. Nadie la tiene. Nadie la conquista. Está en algún lugar. Está en la cancha. Y estará en el superclásico. Por lo menos durante 90 minutos.  

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