Cuando alguien contrae matrimonio lo hace con la idea de que es para siempre y no pensando en la posibilidad de separarse o divorciarse. Y así se juramenta ante la Ley y ante Dios, pero la vida pasa y cada día somos diferentes al de ayer y a veces se llega al momento menos deseado al comienzo de la aventura: separarse. Y el primer problema es cómo hacerlo.

Después de algo que por lo general es un largo camino de diferencias, choques, rutina y finalmente indiferencia, muchas parejas deciden que es mejor seguir cada uno por su lado. Y ciertamente es mejor porque es más sano, más allá del dolor que siempre implica una separación, hecho que para muchos es un fracaso, aunque no para todos.

Para cuando se llega a esta instancia lo importante es saber y si no se sabe asesorarse con un psicólogo o sexólogo, sobre cómo encarar dentro de la familia esta situación. Suele ocurrir que la pareja decidió separarse pero no sabe cómo plantearse el tema frente a frente. Y si hay hijos de por medio, la situación suele ser más compleja.

Para empezar a hablar del tema, lo más conveniente, según opiniones expertas, es sentarse con los hijos e informarles a ellos de la decisión que van a tomar sus papás. Dejarles en claro que lo van a hacer para que todos vivan mejor. Para los chicos no es un secreto cuando los padres se llevan mal e incluso no son pocas las veces que les dicen a sus padres -en general a la madre-: "¿Por qué no se separan así terminan las peleas?

Bien enterados los hijos sobre lo que decidirán sus papás, estos ya tienen una idea a futuro de lo que va a ser la relación entre todos los miembros de la familia. Familia que, aunque pese al desmembramiento, sigue siendo una familia, porque los hijos de la pareja lo van a seguir siendo siempre. El papá seguirá siendo el papá y la mamá seguirá siendo la mamá.

Lo ideal es no tener esta conversación en la casa sino en un lugar neutral, como un bar, donde no habrá a la vista elementos que puedan servir como excusa para desviar o provocar fricciones en la charla. Es fundamental evitar la pelea o la discusión agresiva e incluso los insultos.

También es cierto que se llega a la separación luego de una crisis grave (infidelidad descubierta, por ejemplo) y entonces el tono suele ser más virulento, pero se debe saber que las decisiones grandes, graves, no se toman entre gritos, insultos o agresiones.

"Toda separación es resultado de un conflicto que no fue posible resolver sino a través de ella. El puente que hacía posible ese vínculo que trasciende la singularidad de cada uno para convertirse en un proyecto compartido quedó deteriorado, bloqueado o destruido", dice el doctor José Eduardo Abadi, médico, psiquiatra, psicoanalista y escritor.

"Sabemos el sufrimiento que conllevan estas situaciones y me estoy refiriendo a la angustia, la insatisfacción, la tristeza y esa falta de iniciativa que podemos ligar a la alegría de compartir".

¿Qué hacer entonces? ¿Soportar la tensión dándole a la resignación el timón de nuestra conducta? Esta medida vestida tantas veces de prudencia o cautela deriva en muchas conductas contraproducentes tanto para el otro como básicamente contra uno mismo.

El miedo suele ser un enemigo frecuente a la hora de tomar las decisiones más comprometidas. Lo nuevo, aun cuando pueda ser esperanza, está teñido por la ansiedad que provoca lo desconocido.

Eso lleva a dudar de la propia capacidad para resolver el atrapamiento en que se encuentra la persona así como a convencerse equivocadamente que no se cuentan con los recursos para comenzar una nueva etapa.

El padecer innecesario no ayuda a nada ni a nadie. Tiene en cambio como consecuencia síntomas neuróticos y otras veces afecta la salud en forma global. Cuando una mujer interrumpe su vida con una determinada pareja porque este lazo ha dejado de ser saludable y nutritivo siente al inicio temor, desconcierto y muchas veces desamparo.

Es importante que pueda reconocer ese nuevo estatuto en que se encuentra como un comienzo, una resignificación de muchos aspectos de sí misma y una ventana abierta a descubrimientos futuros.

Darse cuenta que tal vez estaba definiendo la dependencia como seguridad y el sometimiento como protección. Hay que desmantelar esta falacia y, dotada de un optimismo lúcido, buscar nuevos vínculos, explorar áreas de sí misma hasta ahora dormidas y fundamentalmente legitimar su ambición de disfrutar y ser feliz. Interlocutores inteligentes que pueden ser desde amigos hasta eventuales terapias son aliados para desterrar culpas injustificadas y mandatos arcaicos.

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