Realizó todo tipo de cursos para formarse y formar a otros tal como ahora lo hace al frente de un instituto que enseña oficios para una rápida salida laboral, aunque hizo de los masajes su especialidad.

Cuando le pinta el bajón, Elena Cuéllar se cuestiona porqué todo le cuesta tanto en la vida. Sin embargo, a juzgar por lo que ha logrado en los último tiempos como profesional y madre, cualquier balance que haga le dará un resultado satisfactorio aunque, es cierto, siempre a costa del sacrificio y esfuerzo personal.

A los 32 años, Elena centra su objetivo en desarrollarse y crecer para darle lo mejor a su hija Ambar, de 6, una compañera a la que define como su vida misma. Separada, está al frente del instituto en que empezó a trabajar cuando tenía 18, en el que arrancó vendiendo cursos en el Conurbano profundo. Pero necesitó añadir otros ingresos, como los de masajista, tarea que también desempeña a domicilio.

"Sabés las veces que he llorado ante las dificultades para cumplir con el alquiler del local, pagarle a la gente que trabaja conmigo, afrontar los impuestos y responder a los gastos del negocio", confesó a HISTORIAS DE VIDA.

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Nacida en San Justo, Elena coordina desde que una socia tomó la traumática decisión de abrirse camino por su cuenta el Instituto Nuevo Milenio, donde se dictan cursos de peluquería, computación y masoterapia como herramientas para obtener una salida laboral. Si de algo conoce esta masajista profesional, es la importancia que tiene para muchos la incorporación de un oficio.

"A mí siempre me gustó estudiar" señaló quien por una cuestión de dinero no pudo dar el último examen para recibirse de auxiliar de kinesiología, pero que tiene en su haber cursos de todo tipo como de masoterapia, maquillaje, uñas esculpidas, manicuría y, por si algún día tiene que cambiar de ramo, hasta de cheff.

"Una de las preocupaciones que tengo es poder pagarles más a los compañeros que se quedaron como Alejandro, que vende los cursos y las profes de peluquería Paola y Carolina", apuntó.

Para Elena, la clave para sortear todas las complicaciones está en no aflojar como las veces que estuvo por bajar la cortina del instituto y siempre, a último momento, apostó a que una vez más podía salir.

En procura de darle mayor sustento a su delgada economía, Elena decidió salir a trabajar como masajista, tarea en la que algunas veces, sobre todo cuando va a casas de clientes conocidos, la acompaña Ambar. Cuando no, una vecina a la que le alquila donde vive y que tiene una nieta de la edad de su hijita, oficia de voluntaria baby sitter.

Ese trabajo a domicilio le resultó rendidor, por más que le signifique viajar mucho en transporte público, ya que el boca en boca le fue ampliando la cartera de clientes que residen mayoritariamente en los barrios de Flores y Villa Lugano.

Los lunes, martes y jueves se dedica a esa actividad y uno de los puntos fuertes es la atención que brinda en la sede de la Comisión Vecinal de Flores.

En las sesiones de más de media hora, las manos de Elena actúan sobre articulaciones, espaldas y pies, tarea en la cual, asegura, "quien da el masaje recepciona la energía del otro".

Antes de terminar la entrevista, Elena insiste en que la suya es una historia menor, como la de tantos, pero sí afirma que reboza de sacrificio. Pero se vuelve a lamentar de su suerte al mirar el techo del local donde trabaja, dañado por la humedad que el dueño se niega a reparar. "Cómo me cuesta todo", dispara. Y vaya ironía: admite que ante tanta presión le hace falta un masaje.

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