Su madre le inculcó que para no pasar hambre debía aprender un oficio, cosa que hizo y que le abrió las puertas a un crecimiento constante que lo convirtió por años en el número uno de su actividad.

Por un reflejo natural, Roque habla y lo que hace en rigor es bordar palabras que dan como resultante una hechura sobria y juvenil hilvanada por recuerdos de 92 años en los que fue artífice de su destino, puntualmente desde aquel día de 1929 en que llegó con su familia desde Italia para aprovechar la gran oportunidad que significaba venir a la América.

El padre de Roque, Miguel, había combatido en la Primera Guerra Mundial donde sufrió pie de trinchera por lo que tenía amputados los dedos. Eso le alteró sus pisadas por lo que trabajar en la campiña de Cancelara, en Potenza, le resultaba un tormento. Lo mejor era inmigrar. Y así fue.

Roque Calócero, sus padres y sus dos hermanas, recalaron en el barrio de Saavedra y como todo inmigrante empezaron su otra guerra: la de subsistir, primero, e ir creciendo, después. Rocco, como lo llamaban, empezó a aportar a la economía familiar en la feria de Avenida del Tejar, donde por la propina ayudaba a llevar las bolsas a las amas de casa.

"Todavía era el tanito que ganaba monedas en la feria y estábamos con una mano atrás y otra adelante cuando mi madre, Antonia, que no sabía leer pero era una persona muy inteligente, me dijo que la única manera que no pasaría nunca hambre era si me hacía de un oficio", apuntó Roque a HISTORIAS DE VIDA. Sin embargo, el primer intento en línea con ese mandato materno no tuvo buen resultado.

"Era 1935 y entré en un peluquería en Holmberg y Jaramillo pero la cosa no anduvo. Por suerte -acotó- al poco tiempo vino un sastre a casa para hacerle un traje a papá y allí mi madre le pidió que me llevara a trabajar con él. El hombre le hizo caso y me enseñó el oficio".

A los 17 años ya trabajaba por su cuenta y hombre de la noche como era, las coperas del Chantecler y gente que iba conociendo en las milongas, le fueron aportando clientes de nivel que atendía en la sastrería que montó en su propia casa.

La ropa de Calocero fue ganando mercado y el boca a boca hizo que empresarios, artistas, gremialistas y políticos se sumaran a su clientela. Si bien varias veces fue tentado para poner su local en el centro, siempre fue fiel a su taller de Crisólogo Larralde al 4000.

El club de Roque

"Beto Fernán, Vico Berti y Johny Tedesco, del Club del Clan; el grupo musical Conexión Nº 5; Los Gatos; Juan Eduardo y Juan Marcelo, del dúo Juan y Juan; Litto Nebbia y Pappo fueron clientes míos. Es que se iba corriendo la bola y de ese modo -subrayó- me convertí en el sastre número uno que sumaba, además, a los pibes del barrio que querían lucir la ropa que hacía para los grandes".

A su entender, la clave del éxito residió en respetar al cliente porque, asegura, "siempre creí en el ser humano. Soy un simple laburante que cuidó su jardín y todo lo que se fue dando, fue por gravitación".

Dentro de esos logros Roque ubica el de su familia y especialmente a Julia, su esposa, a quien no duda en calificar como un ángel con la que tuvo dos hijos, Eduardo y Marita, que actualmente residen en el exterior, los que le han dado cuatro nietos.

Con una vitalidad que desmiente los 92 almanaques y medio que vio pasar, Roque asevera que su suerte "fue haberme juntado con gente buena", concepto que emparenta su nobleza con la de un buen casimir o de la alpaca inglesa, las telas que lo ayudaron a ser famoso y feliz en el oficio al que lo acercó la sabia filosofía de inmigrante que le enseñó su madre

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