Se propuso recuperarse tras el asesinato de su marido "por mis hijos y por mí". Le costó, pero pudo volver a sonreír. "pensé que si las madres de los que desaparecieron están de pie, como no iba a estarlo yo, ya que en la vida no debe haber peor cosa que te maten a un hijo".
Antes del estreno de la obra 'La decisión', de Alejandro Robino en el teatro Maipo, Georgina realiza un análisis sobre su trayectoria profesional, devela algunos aspectos ingratos que le tocó atravesar y explica, entre otras cuestiones, porque siente un agradecimiento profundo por el público.

l Qué la impulsa a actuar?

-Actúo porque siento que puedo divertir a la gente, porque creo que les puedo hacer pasar un momento de magia y de ensueño que trasunta en otras cosas. Más allá de eso, trabajo porque necesito trabajar para vivir y porque me da mucho placer hacerlo.

l Lo que sucede en su vida personal ¿impacta en el desarrollo de su trabajo?

-Depende. A veces, lo que me ocurre lo pongo al servicio de los personajes que interpreto.

l ¿Hace catarsis en escena?

-En cierto modo. De hecho, no es casual que esté haciendo en este momento bisagra de mi vida esté haciendo un espectáculo sola. Armo esto para irme de gira y estar más tiempo en mi casa de Córdoba y dedicarme más a mis hijos, a mi mamá y a mis afectos.

l Sobre el escenario, ¿se ponen de manifiesto las miserias y las generosidades de cada actor?

-Sí. El escenario es una clara muestra de lo que es cada persona, pero eso no sólo se hace evidente cuando se actúa, se manifiesta en otras cosas.

l ¿Por ejemplo?

-En más de una ocasión, al posar para hacer unas fotos para una revista o para hacer una nota para la tele, algunos colegas me empujaron para salir en primer plano.

l ¿Cómo reaccionó con ellos?

-Lejos de enojarme, esas actitudes me causan gracia. Se genera en mi una cosa contrafóbica y me voy. Nunca en mi vida empujé a alguien para salir en una foto o aparecer en pantalla. Eso me parece horrible.

l Cuando debe trabajar con un colega con el que se lleva mal, ¿qué actitud toma?

-Gracias a Dios, me pasó pocas veces. Te juro que cuando se da se convierte en un pan amargo.

l ¿Recuerda el hecho?

-Sí, pero lo terrible del caso es que me pasó cuando no tenía un peso y debía trabajar sí o sí.

l ¿Cómo transitó esa circunstancia?

-Como pude. La pasé muy mal, pero me la banqué por necesidad económica. De haber podido, hubiese renunciando.

l ¿Aconsejaría ser actriz?

-Sí, porque es una profesión maravillosa. Es la vocación del milagro, porque te permite un día ser reina y al siguiente, mendiga.

l Usted convendrá conmigo que no son todas rosas.

-Tal cual. Si te va bien, no paran de llegarte propuestas, pero cuando el éxito merma o consideran que pasaste de moda, no suena el teléfono. En esta actividad, siempre son más los fracasos que los éxitos.

l Y esa realidad, ¿la preocupa?

-No. Lo que me preocupa es tener continuidad laboral y que la gente me quiera. Yo me siento muy amada. Como devolución de tanto amor, cuando me piden un autógrafo, una foto o un beso, accedo por más que, en ocasiones, no tengo ganas o esté apurada. Soy muy respetuosa de la gente, porque gracias a la popularidad pude vivir, darle de comer a mis hijos y educarlos.

l Una actriz, ¿debe luchar contra el olvido de la gente?

-No tiene sentido. Cuando estudiaba teatro, quería ser buena actriz, una mezcla de Norma Aleandro y Niní Marshall. Por esos días, ser famosa era un sueño inalcanzable. Hoy la mayoría de las chicos quieren ser famosos y aparecer en la tele porque sí, sin estudio previo.

l Según su experiencia, ¿qué perjuicios acarrea la popularidad?

-Muchos creen que una es millonaria y que siempre está de muy buen humor, pero ni soy rica ni soy una máquina de hacer chistes, más allá que para mi el buen humor me permite soportar los momentos difíciles. Esta profesión es cíclica. Cuando te va mal, te sugieren que te tomes vacaciones, pero no podés porque estás pensando cuándo volvés a trabajar, porque suele pasar que no pudiste ahorrar lo suficiente para bancarte todo esos meses en el año que no tenés laburo. De todos modos, me siento una privilegiada, no sólo porque siempre tengo trabajo, sino también porque cuando asesinaron al Vasco (Miguel Lecouna), que fue un quiebre en mi vida, la gente me apoyó. Pasó mucho tiempo para que pudiese reciclarme. Debí hacer un gran esfuerzo para estar bien, por mis hijos y por mí.

l Pero lo logró.

-Sí. Es increíble, pero volví a reír, aunque de otra forma. Mi roca en la tormenta fue pensar que si las madres a las que les mataron sus hijos o cuyos hijos desaparecieron están de pie, cómo no iba a estarlo yo, ya que en la vida no debe haber peor cosa que te maten a un hijo.

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