Conoce como pocos la adversidad a la que sabe ponerle no sólo el pecho sino las piernas y el corazón para consolidar, a sus 83 años, un ejemplo de vitalidad y energía que conmueve.
Miguel Soriano expresa una vitalidad que desmienten sus 83 años en los que hasta que las rodillas le dijeron basta a los 73, disfrutó a pleno su condición de maratonista. Desde entonces, tras negarse a aceptar la jubilación que a su físico de atleta le quiso imponer impiadosa la artrosis, empezó a caminar. Y mucho.

De hecho, Miguel cumplió el último 24 de marzo la hazaña de cubrir a pié en 47 días los 1.257 kilómetros desde Chile hasta Castelar como una manera de honrar la Democracia y para que nunca más el terrorismo atormente a la Argentina. Soportó temperaturas altísimas pero eso no alteró su ritmo de marcha de 10 horas diarias que le permitió llegar con holgura al acto que en Morón se realizaba por el Día de la Memoria, en el lugar donde funcionó la tenebrosa Mansión Seré. Sin embargo, por un error de organización, su figura paso casi desapercibida justo con él, que le había dado el nombre de "Caminata por la Memoria, la Verdad y la Justicia" a la hazaña que acababa de consumar.

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"Estoy acostumbrado a caminar con el viento en contra", sintetizó Miguel a HISTORIAS DE VIDA en su casa de Castelar, el punto de partida o llegada, según sea, de los desafíos asumidos desde que hace diez años decidió alejarse del atletismo y de su profesión de albañil, tarea a la que también supo ponerle su cuerpo privilegiado.

Cubrir los 297 kilómetros que separan la localidad en la que reside de Vedia, al oeste de la Provincia de Buenos Aires, es para Soriano un recorrido bastante habitual que lo estimularon, incluso, para venir caminando desde Mendoza, cuando tenía 78 años, en lo que fue el preludio del logro que concretó hace de dos meses.

"Empecé a correr de chico porque era un entretenimiento accesible para los pobres como yo y lo hice descalzo hasta en las primeras competencias a los 13 años" apuntó tras afirmar que nació en Junín pero como su padre era telefónico, residió en varios pueblos bonaerenses.

Aunque le gustaba mucho la mecánica de motores, terminó incorporando las habilidades de la albañilería, aunque sus primeros ingresos fueron como plomero. "Cómo no era comerciante y hacía los trabajos que tenía que hacer cobrando lo justo -dijo- después cambié de ramo".


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Pistas, andamios y rutas

Trepar por andamios, palear arena y cargar bolsas de cemento fueron parte de su trabajo y del entrenamiento cotidiano que después trasladaba a las maratones.

Con el tiempo, se dedicó a la actividad colombófila, primero, y después a atesorar canarios y jilgueros a los que les dio un espacio central en la cocina de su casa, a cambio del piar alegre y vivaz de los más de 40 ejemplares que con los que convive.

A Miguel la vida lo ha golpeado duro. Enviudó dos veces, la segunda a seis meses de haber contraído su segundo matrimonio, y vio enterrar a su única hija, Claudia, que murió cuando tenía 41 años.

"Estoy un poquito enojado con Dios" sostuvo quien ahora vive rodeado del afecto de su hermana que vive en Vedia y quien más lo ayuda para organizar sus caminatas a lo grande, así como también de sus sobrinos y sobrinos nietos.

De sus caminatas al borde de las rutas Miguel destaca a los camioneros que lo saludan y los vecinos que salen a recibirlo en la entrada a los pueblos. Eso lo emociona y predispone para soñar que cualquier desafío de largo aliento que encare de aquí en adelante jamás será el último

 
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