La polio, enfermedad que ahora, a años de haberla padecido, vuelve a complicarla con una recidiva, no pudo doblegar su espíritu combativo con el cual aceptó su destino para volcar energías con el fin de integrar a discapacitados.

En su despacho de la presidencia de CILSA, en San Telmo, Silvia Carranza posa su mirada en el cuadro con la foto de sus tres "ahijados" chaqueños, como los llama. Aunque lo parezcan, no son niños sino jóvenes de 22 a 24 años que sufren además de un severa patología, de desnutrición, por lo cual no alcanzan las sillas de ruedas especiales o la asistencia alimentaria que les hace llegar a Quitipili, el pueblo donde habitan. Y eso la entristece.

Para Silvia, estar atenta a ese caso es una más de las actividades que impulsa con una energía desbordante desde la titularidad de la ONG que trabaja por la inclusión, disimulando hasta casi lo imperceptible su necesidad de trasladarse en silla de ruedas como resultante del embate de una post poliomielitis, la afección combinada con una meningitis diagnosticada cuando apenas tenía siete meses y que ahora, con perversa insistencia, la vuelve a reclamar como víctima


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Silvia, de 59 años, tuvo desde niña una vida complicada. Estuvo conectada noventa días a un pulmotor, soportó una cantidad impresionante de operaciones y recién pudo ponerse por primera vez de pie a los seis años, eso sí, con un corsé, dos prótesis y un par de muletas que le valieron desde el costado social ser blanco de la discriminación por su condición física.

"No me cabe duda que mi vida es muy intensa, eso sí a veces un poco dura, pero siempre mantuve en alto el objetivo de ser feliz y brindar felicidad", afirmó a HISTORIAS DE VIDA.

Cuando repasa mentalmente su historia clínica, reconoce haber sido siempre "paciente de riesgo" pero enfatiza con orgullo haber podido "sortear todo tipo de adversidad".

Sin ir más lejos, cuando fue adolescente, empezó a colaborar con el quiosco que atendía su madre, viuda desde que Silvia tenía dos años. Ya de joven, tomó coraje y se presentó para trabajar en la municipalidad de San Martín, donde a los 21 años se convirtió en jefa de la División Despacho.

"Siempre fui una buscavidas", precisó, y trajo a colación los tiempos en que hacía la cobranza de los avisos que publicaba un diario local, también en San Martín.

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Más tarde fue el tiempo de deportista y en ese rubro se dedicó al basquet en silla de ruedas donde logró integrar la selección nacional que participó en los Panasir 90, en Venezuela, y los Juegos Mundiales del 92, en Inglaterra. Por el deporte, conoció en el Servicio de Rehabilitación Nacional a otro basquetbolista especial, Luis Paz, con quien se casó.

El matrimonio, hoy separado, tuvo un hijo, Fernando, que para Silvia representó, en su momento, asumir todo un desafío. "Me preguntaba -señaló- como me iba a manejar con él pero al ver a amigas mías con chicos con discapacidad me dije porqué no iba a poder".

Del deporte en el club CILSA pasó a vincularse con la actividad general de la ONG en la que fue secretaria de la comisión directiva, responsable de programas sociales, vicepresidenta y desde 2012, titular de la entidad y primera mujer que la preside.

"Siempre sentí el valor que tiene beneficiar a la persona con discapacidad", apuntó Silvia, quien al recibir hace cuatro años el Premio Bienal ALPI por superar con voluntad y fe las dificultades de la vida, agradeció la distinción con un frase de la Madre Teresa de Calcuta que la cautivó la primera vez que la leyó: "Si no puedes correr, trota: si no puedes trotar, camina; si no puedes caminar usa un bastón, pero nunca te detengas". Y Silvia no se detiene




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