Con un boxeo de alta escuela dio una cátedra en Macao, evitó con claridad un fallo localista, y se convirtió en el 40º campeón mundial de boxeo argentino. Sigue invicto en 50 peleas y será duro de roer.
Tamaña gesta la del chaqueño César Cuenca (registró 63,250 en la balanza) en lejanas tierras chinas. Ayer por la mañana, en inusual horario para ver boxeo en estas latitudes, en una demostración boxística de excelencia, se convirtió en campeón mundial superligero de la FIB, al vencer por puntos en 12 vueltas en fallo unánime al invicto local Ik Yang (63,400), acallando a todo el estadio del imponente Cotai Arena del Venetian Resort de Macao, algo así como un Las Vegas al estilo Oriental.

Pero más grande que la gesta de Cuenca aún fue el acto de reivindicación y justicia que su victoria trajo aparejada con un púgil que pese a llevar un invicto de 49 peleas, con 47-0-0, 2 SD, fue permanentemente postergado pese a ganar eliminatorias y a figurar mucho tiempo en rankings como Nº 1 (en el caso de la OMB) y haber salido de él sin haber perdido, sólo por un pecado: no tener poder de KO. De esas 49 peleas, apenas 2 las terminó antes del límite. Y no da espectáculo.

Sin embargo, salvando las distancias, cual Nicolino Locche moderno, eso fue lo dio ayer ante el pueblo mandarín, tanto que pese a no noquear, y a tener un boxeo de estilo "poco comercial", al chaqueño no pudieron "robarlo" en las tarjetas aunque hubiesen querido.
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Ya en el primer asalto, Cuenca, que prácticamente jamás tiró a un rival en su carrera, derribó a Yang con una contra de izquierda sobre el final del mismo, como para mostrar de entrada que ése era "su día". Y que era capaz de hacer cosas inéditas con tal de traerse el cinturón de campeón del mundo en sus valijas.

Perdió el siguiente, y cierto es que cayó en el 5º por una contra diestra que lo agarró mal parado, pero no menos cierto fue que previamente el chino lo había ablandado con un tremendo cabezazo (su arma principal en toda la lucha), que el excelente árbitro filipino Danrex Tapdasan no advirtió.

La cabeza fue la única irregularidad que no marcó, porque el filipino, con una imparcialidad envidiable, de entrada le puso los puntos al local por los golpes bajos, en la nuca, y hasta le descontó 1 punto en el 12º por lucharlo y tirarlo al piso. Admirable lo suyo, aunque debiera ser lo normal.

En el resto de las vueltas, el chaqueño no le habrá cerrado los ojos rasgados al desconcertado asiático (que no era zurdo como decían los informes, sino diestro), ni hecho pegarle a las sogas como hizo Locche contra Paul Fuji, pero le fue dando una cátedra round a round con sus piernas, entrando y saliendo con la derecha en punta, cruzando la izquierda, anticipando con rectos, a veces con uppercuts, todo con una precisión y velocidad felina, sin dejarse tocar para que no haya dudas, ni se use cualquier contacto como excusa para despojarlo de una impecable y clara victoria.

Ambos llegaban 1º y 2º del ranking de la FIB, cuya corona estaba vacante por haber despojado al yanqui Lamont Peterson.

¿Lo querrán pelear a Cuenca ahora? ¿Defenderá el chaqueño su corona afuera, o más bien de local, protegido de fallos localistas, estilo Omar Narvaes? Los jueces se la dieron ganada por 117-110, 115-110 y 106-109, la última, en coincidencia con este medio.

En silencio, con perfil bajo, sin estridencias y casi a hurtadillas, el chaqueño César Cuenca se fue hacia la lejana China e hizo pata ancha, para convertirse en el 40º campeón mundial del boxeo argentino. Bien merecido que lo tiene