Aunque las comparaciones sean odiosas, las diametrales diferencias entre el mundo del rugby y del boxeo son de cuna y tienen su lógica. Injustas a "prima facie", pero justificables luego. Distintos estratos sociales y culturales, no es casual que moldeen destinos opuestos. ¿Pueden imitarse?

Ahora que perdieron Los Pumas, y pasó un poco el "efecto victoria", a nuestro particular mundo del boxeo no le vendría mal analizar el fenómeno de un deporte de tan poca extracción popular como el rugby, que siempre estuvo tan lejos suyo en resultados y  paladar social, pero que sin embargo, excluyendo al fútbol, es de los que más ha crecido en los últimos tiempos, especialmente en cuanto a espacio mediático -ni hablar del publicitario-.

Esto sin haber ganado nada aún, y sólo con el fenómeno Puma, es decir, su Selección Nacional, porque un partido de rugby común y corriente sigue midiendo 0,02 de rating, aunque a nivel prensa hay lugares en donde hasta suplemento tienen.

Lo primero que cabe preguntarse es por qué la misma derrota en rugby suele ser "digna" y en el resto de los deportes una vergüenza.

Y la respuesta rápida, automática, aparece espontánea y sin análisis: porque en el rugby hay plata.

Lógico. La tienen los que lo juegan -la mayoría empresarios o profesionales-. La tienen los muchos sponsors que los patrocinan, muchos de ellos ex o actuales rugbiers, que ocupan puestos dirigenciales, gerenciales, o directamente son los dueños. Y la tiene el selecto y elitista público que consume ese deporte tanto como a todos los demás productos que los auspician, por lo cual el circuito cierra perfecto.

Lo cierto es que sin ser un deporte masivo, o siéndolo mucho menos que otros como el boxeo, y sin ser exitoso, todo se comporta como si lo fueran. Y la conclusión es que esa sumatoria de cosas logró el proceso al revés, es decir: la plata, la publicidad, y la prensa, lograron hacer de un producto irrelevante algo interesante, exitoso, multitudinario y virtuoso, cuando la lógica natural indica que la ley es inversa, al menos en nuestro país.

¿Qué pasaría entonces si el boxeo -que en ese sentido es totalmente opuesto, es decir, cero plata, cero sponsors, población humilde en cultura y en economía, tirando a la pobreza de sus practicantes y de gran parte de su público, pero rico en resultados y en rating- fuera apoyado comercial y publicitariamente como lo es el rugby?

Un deporte que pese a no tener apoyo de nadie más que de la política –recién en este último tiempo y por intereses creados-, es el que más medallas olímpicas cosechó en la historia del país, y aún en crisis, una de las potencias mundiales, en ocasiones dentro de las 5 que más campeones ecuménicos reúne en su faz masculina –en la femenina es lejos el Nº 1-

El día que muchos empresarios comprendan esto, tal vez el boxeo argentino resurgirá. Basta con saber que es el más lucrativo del mundo cuando lo es, y sus atletas los que encabezan el ránking anual de los mejor pagos. Sólo hay que ver si existe voluntad de valorarlo y se rompe el injusto mito que lo relaciona con la violencia, y con otras épocas políticas y sociales.

No obstante, esgrimiendo la autocrítica, desde este lado existe una reivindicación hacia el rugby, y un reconocimiento hacia su dignidad y la de quienes lo ejercen.

Porque mientras en el fútbol los jugadores lloran por un lateral mal cobrado, niegan haber dado patadas alevosas que un poco más tarde denunciará la repetición televisiva, o simulan una que no fue; mientras que en boxeo se roban peleas con fallos localistas, se aplican mal las reglas -o ni se aplican-, se eligen rivales, se inventa un golpe bajo, o exagera su efecto para ganar por descalificación, se va a por la bolsa, tirándose a la primera mano cual fulminado por un rayo; o mientras en tenis se arreglan partidos... en rugby hay otro espíritu mucho más noble.

En el rugby sólo se llora al cantar el himno.

La derrota implica agachar la cabeza con el dolor de no haber podido, pero con la certeza de haberlo dado todo, sin fuerza siquiera para llorar. No se mariconean los fallos, ni se reclaman mentiras. Ser honesto es sinónimo de ser fuerte, no de ser un gil, y en el rugby se persigue como valor la fortaleza y la nobleza, no la victoria. O mejor dicho, la una a través de la otra.

Se vaya ganando o perdiendo por 100 puntos, se corre igual para apoyar un try como si fuera el primero, y el que lo persigue, aunque esté a 20 metros lo hace como si estuviera a centímetros y fueran empatados. Esto sin especular si al partido siguiente estarán más o menos cansados. El único partido que importa es "ése", y "ésa" la única jugada.

Es una cultura que se mama de chico. 

Es el espíritu del deportista verdadero, y entonces se entiende el concepto de "digno". No por la derrota –que no es lo que más interesa, aunque interesa mucho- sino por la forma. Por el honor. Y eso sí que en el mundo en que vivimos nos da una sana envidia.

 
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