Clientes de la panadería ubicada en Ratchburi huyen despavoridos al encontrarse con

Brazos y piernas en aparente estado de descomposición cuelgan de ganchos oxidados y decenas de rostros deformes observan desde las alturas a los visitantes de una curiosa panadería en Ratchaburi, al oeste de Bangkok.

Los restos humanos, todos creados con la misma receta que una barra de pan y cuyos ingredientes básicos son agua y harina, fueron esculpidos uno a uno nada más salir del horno por Kittiwat Unarrom, un artista tailandés que decidió romper moldes con su arte.

'Pretendía buscar nuevas técnicas y materiales, nuevos conceptos fuera de lo tradicional donde aplicar mis conocimientos y habilidades', apunta Kittiwat, licenciado en Bellas Artes por la universidad de Chulalongkorn, durante una entrevista en su local.El realismo de las obras comestibles es tal que muchos visitantes salen despavoridos al entrar en su tienda, a la que acuden cada semana decenas de curiosos turistas, tanto extranjeros como locales.

Para emular la sangre, dientes, ojos y algún colgajo, el artista tailandés añade ingredientes como chocolate con tinta de diferentes colores, uvas pasas, cacahuetes o anacardos. 'Me gusta cuando los niños se acercan a las obras sin miedo y quieren tocarlas. 'No creas en lo que sólo ves', ese es parte del concepto de mi trabajo', apunta el artista-panadero, de 39 años. A modo de inspiración filosófica, las figuras muestran las similitudes entre el pan y la vida. 'Ambas son transitorias', apunta.

La idea del proyecto surgió cuando en 2006 su padre decidió jubilarse y dejar a sus vástagos al cargo de la panadería familiar.

Kittiwat, quien aprendió a hornear a los 10 años, propuso mezclar sus estudios con su nueva ocupación de panadero. 'Al principio mi familia me decía que era imposible simular partes humanas a través del pan porque al hornearlo la masa se expande y pierde la forma', señala Kittiwat.

Para reproducir hasta el más mínimo detalle, el artista estudió con ahínco libros de anatomía y visitó con frecuencias el museo de medicina forense de Bangkok al mismo tiempo que mejoraba el sabor de sus creaciones.

Tras un largo proceso de 'ensayo-error', el escultor logró moldear los bollos, al principio no comestibles, hasta convertirlos en manos, pies y caras reconocibles, y aptos para el consumo humano. 'Normalmente gente de todas partes del mundo me contacta con el objetivo de guardar las obras en vitrinas donde exhibirlas. Las obras no tienen un precio exacto, en ocasiones las he llegado a regalar', comenta el tailandés.

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