El búnker del Frente para la Victoria está en el hotel NH Bolívar. Pero poco importa eso para la militancia kirchnerista (y anti macrista), que de a poco fue ganando cada baldosa de la Plaza de Mayo. El espacio a ocupar era ese. Es ese. Hoy sí está La Cámpora, que suelta sus trapos y copa la parada. Todos rodean a sus caras más visibles: "El cuervo" Larroque, Recalde, Cabandié. Cantan. Y miran al cielo. Tan alto el cielo.
Retumba el piso de la Plaza y por momentos, los bombos resuenan más fuerte, se tapan entre ellos, después se unen y acuerdan una misma canción. Cada tanto, alguien se deja llevar por esa liturgia, levanta los dedos en "V" y canta. Después, se pierde en vaya a saber qué imagen nostálgica y simplemente observa, se emociona, se quiebra.
Hay remeras con la cara de Perón y Evita. Y de Néstor. Y de Cristina. De Scioli, no. Hay cantitos para todos ellos. Para Scioli, no. "Cómo se le escapó a Cristina esta elección", le dice una periodista al fotógrafo que la acompaña. Casi tapándola, resuenan los bombos y se escucha "Cristina", "Néstor", "juventud peronista". No se escucha Daniel. Ni Scioli. Cientos de papelitos que sí dicen Scioli vuelan por el aire y parecen llegar al cielo. Pero no llegan. Está alto el cielo.
Las voces se van callando. No: se van apagando. Son pocos los que aguantan, los que resisten. Son muchos más los que se quiebran, los que no entienden, los que buscan manos, brazos, abrazos.
En el bunker nada es mucho mejor. Si algún periodista tenía como misión describir lo que en nuestra jerga llamamos "color", hay uno solo para destacar: el gris. Desde la profundidad del Hotel NH no se ve el cielo. Pero se percibe denso. Y alto. Bien alto.
Se veía venir, es cierto. Pero no siempre la dolorosa anticipación lastima menos. No acá. No en estas caras cansadas, en estos días de plazas, de Obelisco, de Amor Sí Macri No.
"A los 90 no volvemos nunca más", dice la remera blanca de un hombre que, cómo no, se deja sacar una foto. Se cruza de brazos y camina. Se pierde entre la marea de manos, espaldas, pibes en los hombros de sus papás que se debaten entre quedarse o irse. Bajo ese mismo cielo, que se encapota, se va cerrando.
Daniel Scioli -calmo, confundido, derrotado- está terminando su discurso. Una treinteañera se desengancha una bandera argentina del cuello y la deja arrastrar por el piso sucio, enmarañado de cables del búnker. Otra se seca con bronca una lágrima y no termina de escuchar a su candidato: se va.
Afuera, todavía resuenan los bombos. Una multitud se acerca por Diagonal Sur y marcha en dirección a la 9 de Julio. Cantan. Más fuerte que antes. Lloran, gritan. Uno se acerca: "Ganó Macri, al final ¿no?". Le digo que sí. "Me quiero matar", dice y se les une. Y ya es otro de ellos. Y se funden, se abrazan, bailan. Más que antes. Más que el 25 de octubre. Y bajo el mismo cielo. Bajo el mismo denso, apretado, altísimo cielo.
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