Blackstar salió a la venta tres días antes de la muerte del Duque Blanco y se constituyó en el regalo final del músico a sus seguidores de toda la vida.

Convertir su propia muerte en una obra de arte. Entregar un último regalo a sus fans: su disco Blackstar. Esas parecen haber sido las intenciones del genial creador británico David Bowie a la hora de concebir el disco que salió a la venta tres días antes de su partida al otro lado.

Oscuro, con su voz matizada por la sombra de lo inevitable -desarrolló el proceso creativo de Blackstar batallando contra el cáncer- Bowie se las arregló una vez más para dejar un legado que lo pone un paso más allá del resto. Un disco que cobra una dimensión mayor en cada nueva escucha y que agigantará su trascendencia con el correr del tiempo.

Annie Leibovitz lo dijo claro: "David Bowie escenificó su muerte". La célebre fotógrafa estadounidense dijo que David escenificó y cuidó al detalle su muerte con su comedia musical y su último disco. "Según lo que he entendido, en estos 18 últimos meses, escenificó su muerte, con el musical 'Lazarus' y su disco. Creo que es algo extraordinario lo que hizo como artista, entender que se estaba muriendo y consagrarse a esa perspectiva".

Bowie lanzó Blackstar el viernes en que cumplía 69 años, sin que el público ni la prensa supieran que estaba a punto de morir de cáncer. Además, a principios de diciembre se estrenó en Broadway su comedia musical "Lazarus".

En la misma línea, su productor, Tony Visconti, confirmó que Blackstar fue un 'regalo' de Bowie a sus fans y que la alegoría de esa lucha de su arte y su enfermedad se puede ver en el video de 'Lazarus' donde se lo muestra postrado en una cama de hospital, luchando por terminar su creación.

Aterrador, como la muerte y, al mismo tiempo, una alegoría acerca de la batalla que el arte siempre gana a la muerte, la del artista.

El último video de David Bowie , 'Lazarus', podría leerse como premonitorio, pero parece presentarse, sobre todo, como la expresión misma de un estado de ánimo, del padecimiento de la enfermedad que atestaba al músico desde hacía 18 meses y hasta su muerte, en Nueva York. "Su muerte no fue distinta de su vida: una obra de arte", declaró Tony Visconti, quien confirmó que "hizo Blackstar para nosotros, fue su regalo de partida".

Como en su mirada, bicolor, metáfora de una creatividad sin límites y plagada de matices en su producción artística, en el video se adivina un doble Bowie: el enfermo y asustado que le planta cara al cáncer, y el artista que lo traspasa.

"Mira aquí arriba, estoy en el cielo", comienza cantando en la canción, recostado en la cama de un posible manicomio, mientras un primer plano recorre su piel hasta llegar a sus manos. Con ellas se aferra a las sábanas, las tensa con el gesto instintivo que busca la protección en medio de una pesadilla, y, acto seguido, habla su cara. Bowie, con los ojos vendados, gesticula, busca exorcizar la enfermedad a través del canto. Y, por momentos, se eleva, vuelve y semeja querer escapar de lo que parece carcomerle.

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Ese Bowie postrado contrasta con el artista cuyas imágenes se intercalan en el video, con vestimenta oscura como segunda piel; meticulosamente peinado y maquillado. Coordina movimientos de baile y se sienta, apresurado, a escribir. Y la obra aflora, a pesar de todo. Se muerde las uñas, juega inquieto con los dedos: el tiempo puede ganarle. "Seré libre" o "no tengo más que perder", son algunas de las frases de la letra que acompañan a las imágenes. 

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