-No tengo muchos mecanismos. Actúo con cuidado. La gente tiene una violencia natural y, en general, estamos acostumbrados a que el otro agreda y uno siempre esté a la defensiva, cosa que no me gusta. En realidad, la violencia, en todos sus estilos, me hace vulnerable.
l ¿Qué trascendencia le da al dinero?-Sé que es importante, por el mundo en que vivimos, pero no me quita el sueño. El dinero no forma parte de mis relaciones. Nunca vinculo al dinero con el otro. Me disgusta que lo material le gane a lo espiritual.
l ¿Para qué le falta valor?-No dejo de hacer nada por temor o falta de valor. Soy una persona que necesita vivir y eso implica enfrentar las situaciones que se me presentan. No me gusta mandar a un batallón para que defienda mi vida.
l ¿Qué haría si su pareja le confiesa que la engañó?-Soy muy estable y tengo buen humor. Jamás levanto la voz. Discuto con el mismo tono con el que hablo cotidianamente. Ante cualquier discusión, pienso mucho lo que voy a decir y, a veces, me lo guardo porque considero que es innecesario herir al otro tan sólo por ganar una pelea.
l ¿Qué tiene de bueno vivir con usted?-Es la única fecha que festejo. Me gusta recibir regalos en mi cumpleaños, que vengan a mi fiesta, disfrutar, que me salude todo el mundo.
l Describa la primera imagen que le aparece de su infancia.-Me veo festejando mi cumpleaños con una camisa de seda negra. Mi mamá me vestía como Sandro, pero yo quería ser Valeria Lynch (risas).
l ¿Qué ve al mirarse al espejo?-Estoy recomponiendo algunos vínculos. Mi familia son mi mamá y mi papá. Ellos me ayudaron a forjar mi personalidad y me aislaron de los comentarios de gente externa de nuestra familia. Tengo dos tías, a las que quiero mucho, pero no siento que deba brindarles explicación ni que nos debamos nada.
l ¿Se ha planteado la posibilidad de tener hijos?-Culturalmente, no. Generacionalmente, tampoco. Soy de las chicas trans que cuando se casaban se compraban un helecho, un gato o un perro yorkshire como Jazmín de Susana.
l ¿Tiene remordimientos?-Sí, de grande, cuando empecé a trabajar y a darme cuenta de los sacrificios que ellos hacían para que no me falte nada. Cuando tomé conciencia del esfuerzo que es ser padre, comencé a sentirme más orgullosa. De chiquita, esos sacrificios me parecían naturales y me avergonzaba mucho que mi papá fuese carnicero y mi mamá mucama, sobre todo porque iba a un colegio privado donde todos eran hijos de médicos y abogados.