La caída libre que experimenta Independiente es atribuible a los bajos rendimientos individuales pero también al desconcierto del entrenador Mauricio Pellegrino, incapaz de sostener una estructura y darle un funcionamiento al equipo. La ausencia de una idea y de una línea de juego libera inseguridades, dudas y desconfianzas.
No podía tener peor arranque Independiente en el campeonato. No solo por sumar apenas 5 puntos sobre 15 posibles mientras Rosario Central en su zona llegó a 13 unidades. El tema principal es el juego. O mejor dicho, el no juego que expresa el equipo en todas las líneas. Siendo prudente habría que hablar de una insolvencia colectiva abrumadora. Dejando de lado la prudencia salta a la vista que es  un equipo que está para comerse una boleta detrás de otra. Empezando por el arquero, siempre al borde de un blooper más o menos anunciado. Pero blooper al fin.
  
Quizás lo del Ruso Rodríguez (frente a River dio una vez más un rebote muy ingenuo que se tradujo en el único gol del partido) pueda resumir la fragilidad estructural de Independiente. Porque tener al Ruso en el arco es dar ventajas inocultables al rival de turno. Sin embargo, Rodríguez sigue ahí. Bajo los tres palos. Y realmente juega debajo de los tres palos. No achica, no anticipa, no sale a cortar ningún centro y además rebota todo lo que le tiran con unas manos de manteca que delatan graves problemas en su formación. Hace algunos años vez el gran Amadeo Carrizo, comentó: "Los arqueros que no atenazan la pelota es por fallas técnicas".    

Las inseguridades y dudas del Ruso son, en definitiva, las inseguridades y las dudas que vienen atrapando al plantel y al cuerpo técnico que lidera el inconmovible Mauricio Pellegrino, siempre tan correcto y tan austero. No es que Independiente no transmita deseos de ganar. Ni denuncie no asumir iniciativas. Ni vaya al frente como corresponde ir. El escenario es aún mucho más comprometedor y complejo: no sabe lo que quiere.  

Porque el entrenador tampoco parece saber lo que quiere. Si trasciende algo en Pellegrino es la imagen del más puro desconcierto. Por eso arma un equipo diferente todos los partidos, más allá de sus reconocidas preferencias tácticas. La táctica sigue siendo su objeto de culto. Con  dos volantes por adentro y dos por afuera, más dos puntas o un punta y medio.
  
Pero no lo va a salvar la táctica a Pellegrino. Ni a él ni a nadie. Sin juego, no hay táctica que resista. E Independiente no tiene fútbol. No elabora. No construye. No perfila ni insinúa sociedades. No define búsquedas consistentes y agresivas para recuperar la pelota ni para desequilibrar en los últimos 30 metros de la cancha. Todo es absolutamente precario, urgente. Desde la salida tumultuosa del fondo, que intenta ser prolija aunque por deficiencias técnicas termina casi siempre en un festival de pelotazos y en proyecciones de Toledo (demasiado limitado) y Tagliafico  (muy voluntarioso pero desordenado) que nunca prosperan.

El medio no tiene pase. Lo tenía con Méndez. Sin él, en bajo nivel durante el 2016, no hay criterio ni panorama para manejar y administrar la posesión de la pelota. Prevalecen el apuro y las imprecisiones. Y queda en primerísimo plano la ausencia de una idea. Porque la táctica, por más brillante que sea, no es una idea. Es un dibujo que adquiere relieve recién a partir del funcionamiento.

Los de arriba decididamente la pasan mal. Juegue quien juegue. Porque nadie lleva la pelota con cierta claridad hasta esa zona. La empujan. La trasladan. La atropellan. No hay generación de espacios. No hay distracción. No hay juego. Y no hay llegada. Se apuesta a una resolución individual. A una corrida afortunada de Rigoni, a un rebote que pueda capturar Denis, a los piques de Vera y Leandro Fernández, al empuje y la polenta del Cebolla Rodríguez, a una apilada de Benítez cada vez más lejana e improbable y a rezar para que se equivoquen los adversarios.

La realidad es que no tiene plan Independiente, precisamente cuando a Pellegrino el ambiente del fútbol lo identifica como a un entrenador que no improvisa porque cree en el método más que en la inspiración. Lo que a esta altura queda claro es que el equipo se le terminó yendo de las manos casi sin darse cuenta. Por eso los cambios permanentes en la zona de volantes y en los puntas, que lo único que provocaron fue una pérdida progresiva de confianza, incluso entre los que venían manteniendo un alto rendimiento.

Los técnicos más capaces se ven en las dificultades. No precisamente cuando todo marcha bien. En las dificultades se advierte la fortaleza y la convicción de un entrenador para no hacer lo más fácil que siempre es sacar y poner jugadores, intentando licuar la propia responsabilidad. No es que Pellegrino sea el culpable de que el Ruso Rodríguez regale goles en todos los partidos (lo incomprensible es que lo haya mantenido como titular hasta inmolarse), que los cuatro de atrás en cualquier momento miren los aviones o que Méndez y Benítez no hagan lo que hacían en el segundo semestre del año pasado. Pero sí es responsable de no haberle podido dar a Independiente una mínima estructura colectiva. Y de dejar al equipo como una hoja en la tormenta en tiempos urgentes.

Haciendo foco en las postales del pasado, no parece desatinado recordar lo que declaró Juan Sebastian Verón (presidente de Estudiantes) cuando el 15 de abril de 2015 rescindió el contrato de Pellegrino: "Nunca le encontró la vuelta el equipo. El equipo no aparecía, le costaba tener una identidad o una línea de juego. Hay que admitir que no le llegó al jugador. No es algo malo, pero tendría que  reconocerlo. No escuché ninguna autocrítica de Pellegrino ni de su cuerpo técnico. Hablaron pero no dijeron que no pudieron mejorar la situación. Siempre lo más fácil es mirar para los costados y no ver que se llega a un punto donde no se puede seguir. Cerramos un capítulo donde veíamos que no caminaba".          

Aquellas durísimas palabras de la Bruja Verón pueden ser calificadas como oportunistas, considerando que despidió a Pellegrino y que nunca tuvo una sintonía fina con él. Pero revelan lo que no puede esconderse: la ausencia de una identidad de juego. Esa deuda sustancial o ese sabor a nada persiguió también a Pellegrino en Independiente. Y lo acerca inevitablemente al colapso. Más allá de que el sábado conquiste una victoria ante Colón.       

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