La ilusión de un nene de siete años de lograr sus primeros dorados fue cumplida en un desbordado pesquero donde doradillos y sorpresas de la variada están a la orden del día. Una creciente que trajo de todo.

La pesca deportiva nos ofrece sensaciones únicas: el contacto con la naturaleza, el espectáculo de soles, pájaros y peces conjugándose en escenas mágicas, los momentos vividos con amigos y, sobre todo, ese vínculo tan especial que se establece entre padres e hijos que comparten una misma pasión. Por eso ésta es más que una nota de pesca. Es la reafirmación de un cariño sin fin entre dos generaciones, que van construyendo recuerdos imborrables, de esos que se graban en el alma.

Sucede que un amigo de esta sección, Charly Geier, recibió la buena noticia de que un fallo judicial a su favor permitiera a su hijo Santi seguir viviendo con él y conservar sus amiguitos, escuela y barrio. Por lo que decidieron ir a celebrarlo cumpliéndole el sueño pendiente al peque: pescar un dorado, con señuelos.

Geier acudió a un verdadero especialista en pesca con artificiales, y un profesional que hace mucho por difundir y conservar las virtudes de su pago chico, en una zona frecuentemente jaqueda por comerciales que todo lo destrozan. Hablamos de Ruly Ferreyra, gran guía de San Pedro.

A las 8 partieron guía y clientes amigos desde el Club Náutico local y tras hacer un viaje corto y rápido por un río extremadamente crecido y con costas inundadas, empezaron a verse zonas pobladísimas de forrajeros por doquier. La navegación fue rió abajo buscando una corredera donde anclar y buscar algún dorado grande con morena. Costó tener el primer pique y Santiago Geier, a sus 7 años, quien quería debutar en la pesca del dorado, agotó todas sus fuerzas con un gran pez que resultó ¡Una raya!!. El pibe seguía con ansias de meter un doradillo, especie que -según Ruly- abundaba. Los tripulantes cambiaron a equipos de spinning, seleccionaron señuelos de media agua y superficie y los doraditos dijeron "presente". Empezaron a sacar uno tras otro buscándolos atados a un árbol y tirando dentro de los campos inundados o de donde salía el agua negra, que es simplemente agua de lluvia cristalina que desagota en el río. Pese a su inexperiencia en el tema, Santi erraba pocos piques, se mantenía muy concentrado y accionando el señuelo elegido con bastante maestría, por lo que pudo cumplir ampliamente su objetivo.

Pasado el mediodía hubo un almuerzo de reyes arriba de un terraplén, donde Ruly hizo unos churrasquitos al disco para tomar fuerzas y seguir la aventura. Esta vez Charly Geier se quedo con su popper al lado de la lancha pescando doradillos con un señuelo popper. Pero no hubo piezas grandes que hasta pocas jornadas atrás estaban sacando hasta en modalidad flycast.

Al atardecer probaron otra corredera donde apostados contra la orilla tiraban al medio del río con todas las fuerzas y dejaban acomodar un plomito con leader y carnada natural en la correntada. En esos tiros Charly logra una especie que está en extinción; un pequeño manguruyú. En eso la caña de ruly se engancha, y cuando logra destrabarla le pica un lindo dorado de unos cinco kilos, que fue la pieza del día.

Luego siguió el regreso al embarcadero, golpeando costas y barranquitas, cobrando algunos dorados más antes del fin de la jornada.

La pesca se terminó ese día, pero padre e hijo recordarán por siempre ese festejo compartido tras elegirse una vez más. Un festejo "color dorado" que quedó grabado para siempre en el alma de ambos.

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