A los 46 años, Diego Simeone vive días de plenitudes futbolísticas. El Atlético de Madrid que conduce está a un solo paso de consagrarse finalista de la Champions. El Cholo, un pragmático a tiempo completo, expresa como pocos, en hechos y en palabras, la naturaleza más resultadista del fútbol actual.
Primeros días de noviembre de 1999. Diego Simeone jugaba para Lazio. Y por aquellas jornadas alternaba como suplente en aquel equipo italiano que conducía el sueco Sven Goran Eriksson y que contaba en el plantel con Juan Sebastián Verón, Roberto Sensini, Matías Almeyda y el chileno Marcelo Salas, entre otras figuras como el checo Pavel Nedved y el croata Alen Boksic. 

Simeone nos citó para una entrevista concedida a la revista El Gráfico en la Vía Isola, en su amplísima casa de Largo Olgiata, un barrio privado de Roma, muy cercano al campo de entrenamiento y concentración de Lazio en la Vía Catalini 14, de Formello.

Estaba sereno el Cholo a pesar de no ser titular y de no ser un indiscutido en la Selección que había comenzado a dirigir Marcelo Bielsa, después de la salida de Daniel Passarella. Y con serenidad pero con la firmeza que siempre lo caracterizó fue pintando su aldea que anticipó sus pasos posteriores como entrenador. Alcanza con refrescar algunas de sus palabras.

"Lo mío en España e Italia vino de menor a mayor. Así fui haciendo mi carrera. En ningún club pasé desapercibido. Siempre dejé una buena imagen. Yo nunca me creí un picapiedras, como algunos en mi país me calificaron. Nunca lo acepté. No soy solo un tipo que mete y lucha. Con tal de tirarme debajo de un tren llegaron a decir en la Argentina que los distintos técnicos de la Selección me llamaban porque era un chupamedias. ¿Vos podes creer que esa es la razón de mi permanencia? Es ridículo, pero se dijo. Ahí salta el tema de la desvalorización. Porque en la Argentina no me valoran. En Europa, sí. Si me convocan sucesivamente Bilardo, Basile, Passarella y Bielsa, sostener que la razón es por ser un chupamedias de los técnicos es un argumento que no merece ningún análisis. Yo me adapto y me identifico con los técnicos que tengo. Si me llaman es normal que defienda su proyecto de trabajo y su estilo de juego. No puedo ir contra la corriente. Me adapto siempre a las circunstancias. Yo hago lo que me piden. Si es Basile, Basile, si es Bilardo, Bilardo. ¿Por qué, está mal...?".

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A poco menos de 17 años de aquellas definiciones que  revelaban su pensamiento, Simeone, con sus flamantes 46 años que cumplió el 28 de abril, no modificó en absoluto sus ideales ni sus búsquedas. El ideal que persiguió siempre fue el mismo: ganar. Su búsqueda: correr, sin frenarse nunca, detrás del pragmatismo más descarnado. Esa enorme capacidad de adaptación que él reivindicaba en su etapa de jugador es la que también denuncia en su rol de técnico.

En la cancha, no le regala un vaso de agua a nadie. Es ferozmente competitivo. Tan competitivo que no repara en las formas y contenidos que pueda brindar su equipo. "Basile y Bilardo son los técnicos que tuve más cerca y que fueron más influyentes en mi carrera", comentó en aquel mediodía romano del 99.

Sin dudas, su extendido culto al pragmatismo y a la especulación tiene puntos de contacto con el que supo manifestar Carlos Bilardo. Si tiene que proponer que su equipo se cuelgue del travesaño para defender una ventaja, como por ejemplo lo hizo el pasado miércoles el Atlético Madrid ante el Bayern Munich durante el segundo tiempo, no tiene ningún problema en ejecutar ese plan. Si tiene que acudir a la infracción sistemática para frenar a un adversario, lo propone sin ninguna contradicción. Si tiene que alentar que un pibe arroje una pelota a la cancha en pleno contraataque rival para que el árbitro pare el juego, como lo llevó a cabo frente al Málaga hace unos días, no se arrepiente a pesar de haber sido multado y suspendido por tres fechas.

Las interpretaciones futbolísticas y la pulsión de Simeone siempre acompañaron una lógica de hierro:  admitir todo en función de ganar. Y el Atlético Madrid, que gana más de lo que pierde, juega como si fuese un auténtico espejo del Cholo. Es la fiel representación de él. Es la consagración suprema del esfuerzo. La plenitud granítica para bancar el cero en el arco propio. La convicción potente para meter un gol y sostenerlo en medio de todas las tormentas conocidas y por conocer.

Después de conducir a Racing, Estudiantes, River, San Lorenzo, Catania, otra vez, Racing y ahora al Atlético, Simeone encontró la verdadera medida de sus sueños. Este Atlético  vibrante que asfixia sin pausas, defiende a punta de pistola y contraataca, expresa esa medida. No da ni pide tregua. Readapta el fútbol a sus necesidades más primarias y urgentes. Es la épica del resultado conseguido frente a adversarios potencialmente superiores. Eso le cierra a Simeone. No ser banca. Ser siempre punto. Ir de punto. Para poder jugar y plantear un partido sensible a esa definición.

La construcción del Atlético es su obra exclusiva. Es su diseño. Su máximo orgullo. Es la idea de un hombre de 46 años que forjó un equipo que perfora todas las indiferencias. Jugando como Simeone quiere que juegue. Aquel "cuchillo entre los dientes" que él inmortalizó en los días previos al cruce entre Uruguay-Argentina por las eliminatorias en enero de 1997, nunca fue una frase livianita ni superficial.

Simeone suele hablar de soldados, batallas y guerras futbolísticas, en una lectura que hasta privilegia cierto rasgo de violencia simbólica. Así entiende la competencia. Así la imagina. En ese terreno. Y en estos mismos planos sueña convertirse algún día no demasiado lejano en el entrenador de la Selección nacional. Claro que la Selección no es el Atlético Madrid. Y tendrá que apelar otra vez a su interminable capacidad de adaptación.
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