La caída del Atlético Madrid en la instancia de los penales frente al Real, expuso el pensamiento autodestructivo de Diego Simeone. En su recorrida por los típicos lugares comunes del fútbol que solo se rinden ante la victoria, el Cholo puso en primer plano su evidente ausencia de panorama para ver otros relieves y otros paisajes.
Unos días después del hecho, queda en claro que no provocó ninguna sorpresa Diego Simeone con sus explicaciones rotundas luego de la consagración del Real Madrid en la definición por penales. Bastaría con reconfirmar que a Simeone siempre le gustó representarse como un duro. Como un tipo heavy del fútbol que reivindicaba desde enero del 97 (en la previa del cruce por eliminatorias ante Uruguay en el Centenario) jugar con el cuchillo entre los dientes. Por eso en la conferencia de prensa posterior al partido final de la Champions, fue por más. Y afirmó en absoluta sintonía con lo que históricamente planteaba años atrás Carlos Bilardo: "Del segundo no se acuerda nadie. Perder dos finales es un fracaso. El que gana siempre es el mejor. Real Madrid ganó y es el mejor. Ahora es tiempo de pensar y reflexionar".

No le faltó recorrer ningún lugar común a Simeone. Los entregó todos juntos en bandeja sin sutilezas, elegancias ni recortes. Directo y descarnado como el fútbol que propone. "Lo único que me produce satisfacción es ganar", había sentenciado una vez más en las horas previas al partido del último sábado en Milan. Otro lugar común. Y otra frase típica para endulzar los oídos del campo colonizado por el resultadismo más salvaje que lo observa al Cholo como si fuese la expresión perfecta del hombre reciclado en máquina.

Es muy probable que el modus operandi de Simeone revele por estos tiempos la modernidad reclamada para atender la lógica del fútbol. El, formateado casi como un CEO del fútbol actual, interpreta los hechos de la realidad desde el rigor inexorable de los números que cierran o no cierran. Ese fatalismo avasallante para mirar y leer el día a día le permite hacer análisis superficiales, disfrazados de pensamientos superadores.

      Diego Simeone


Decir lo que dijo en la rueda de prensa luego de la frustración que abrumó al Atlético Madrid, fue clavarse puñales para autoflagelarse y casi por inercia autoflagelar al equipo. ¿Sentirían lo mismo los jugadores que su conductor? ¿Pensarían que del segundo no se acuerda nadie y que perder dos finales es un fracaso? ¿O Simeone puso sus intereses por encima de los intereses del conjunto no contemplando ninguna otra lectura?

Los valores que reivindica Simeone en el rol de entrenador (rendirle tributo solo al triunfador y despreciar sin inocencias al que pierde) no son precisamente inclusivos. Son mensajes excluyentes. Deja afuera de su consideración a los que se ahogan en la orilla. Cuando él jugando para la Selección conquistó dos veces la Copa América en 1991 y 1993, pero no arribó a las semifinales en los mundiales de 1994, 1998 y 2002. Sin embargo por aquellos días sin festejos no habló de fracaso. Habló de imponderables. Y de circunstancias no favorables. Ahora habla de fracaso cuando él no juega.

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Esa pulsión irrefrenable de Simeone por la victoria urgente es sobrevalorada por amplios sectores del ambiente del fútbol argentino, muy sensibles y funcionales a esa prédica. Se lo define en pocas o muchas palabras como un hombre ganador que solo se enfoca en el triunfo. Y que le calzaría justo a la Selección nacional para redimirse de decepciones pasadas en las que él también fue protagonista.

Si hay que reconocerle algo es que no se detiene nunca en la búsqueda de una satisfacción que lo colme aunque sea por un par de días. Y que quizás transmite lo que grandes segmentos de la sociedad siempre demandan: un líder con chapa de héroe. Un líder que también transfiera responsabilidades por lo que pudo haber sido y no fue. En este caso las responsabilidades del equipo.

Simeone, más reconocido como técnico que como jugador, expresa en la anécdota de un resultado adverso el vacío existencial de la derrota. Que es tortuoso. Porque aquel que solo se realiza en plenitud cuando conquista algo, no tenerlo lo deja vacío. Y lo precipita a construir un olvido y un fracaso donde no lo hay.

 El mensaje sin luces del Cholo Simeone, en definitiva, desalienta a las mayorías. A las mayorías que no ganan. A los segundos, a los terceros, a los cuartos... Son los límites que frecuenta Simeone. Los que hoy no le permiten ver todo el paisaje. Quizás porque no lo quiere ver. O quizás porque no lo vio nunca.                  
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