Cada San Martín necesita un sargento Cabral. Diego Armando Maradona tuvo al suyo el 22 de junio de 1986 ante Inglaterra. Las obras maestras del engaño y la perfección concebidas por el "10" seguramente hubieran quedado en el olvido de no haber aparecido el guardián Julio "Vasco" Olarticoechea.
A los 29' del segundo tiempo, Argentina ganaba dos a cero. La superioridad del equipo de Carlos Salvador Bilardo era notoria y el técnico inglés, Bobby Robson, tenía que generar un golpe de timón. Así fue como envió al campo de juego a John Barnes, un jamaiquino nacionalizado que -en ese momento- jugaba en el Watford. La modificación fue por Trevor Steven. El cambio sorprendió.
Barnes se paró a espaldas de Giusti que, extenuado, intentó detener al velocísimo delantero inglés: no podía con su cuerpo. Desde adentro del campo, los jugadores miraban al banco de suplentes para que el técnico argentino reaccionara. No había caso. Bilardo no movía las piezas porque, según explicó después, para él no había razón para hacerlo. Así fue como en el minuto 36' del segundo tiempo, el jamaiquino nacionalizado encaró por izquierda, le ganó al "Gringo", se escapó a Héctor Enrique, llegó al fondo y tiró un centro que cayó en la cabeza de Gary Lineker. Dos a uno.
Se venían los ingleses. Y no había cambios. Tan sólo un par de minutos después, Barnes se le escapó otra vez a Enrique y a José Luis Cucciufo, tiró el centro y apareció el Vasco. La pelota había cruzado todo el área, Nery Pumpido, Oscar Ruggeri y el Tata Brown veían cómo pasaba por delante la oportunidad de avanzar de ronda. Pero llegó Olarticoechea. "Caimos los dos adentro del arco, sentí que me pegó la pelota, pero no sabía dónde estaba. Si había entrado o no", contó el protagonista a la revista El Gráfico. "Jodiendo la bautice 'La nuca de Dios' para darme manija", añadió.
"Un jugador puede ser de selección o no por un detalle, en este caso de concentración. Si no hubiera estado concentrado, no llegaba a cerrar", explicó el mediocampista. A 30 años, Olarticoechea tiene una "bocha" pelada en su cabellera. Los compañeros del 86 lo cargan y se la besan. Creen que esa es la marca que dejó la heroica salvada, el registro de cómo se cubrió de gloria. ¡Honor, honor, al gran Vascó!