Con la AFA en ruinas y la institucionalidad de la Selección nacional derrumbada, el próximo entrenador de Argentina será un hombre providencial subordinado por completo a poderes que lo trascienden. En la gran emergencia todos los focos apuntan a provocar el regreso de Messi para intentar protegerse de eventuales desastres.
No parece una elección. Parece una cacería light. O una búsqueda sin rumbo en el marco estratégico de una cuenta regresiva. Porque se mezcla absolutamente todo. Porque todo da más o menos lo mismo. En ese bolillero sin magia entra ese gran lobbista que siempre fue Miguel Angel Russo, Edgardo Bauza y su conservadurismo nunca ausente, allá muy lejos el pragmatismo descarnado del Cholo Simeone, ese valioso animal del fútbol que es Jorge Sampaoli, la incógnita que se enfoca en Mauricio Pochettino y esa tropa comando que siempre encarnan los campeones del mundo en México 86 dispuestos a subirse a cualquier bondi: en este caso, Jorge Burruchaga y Nery Pumpido.

El próximo técnico de la Selección está sujeto a todas las idas y vueltas imaginables. Porque no hay una idea ni un proyecto para determinar quien será. La idea y el proyecto nacional que por supuesto trasciende a estos restos que quedaron de lo que fue la AFA es que salga campeón del mundo en Rusia 2018. Y como eso no es una idea ni un proyecto, sino apenas un deseo, no hay en el horizonte algo a lo que valga la pena aferrarse.

En este manoseo en el que cualquier entrenador puede caer parado (Russo dispone de una ventaja por su relación con Mauricio Macri, producto de su etapa en Boca), la institucionalidad de la Selección queda reducida a un escenario bizarro. ¿Quién o quiénes le van a bajar el martillo al técnico de Argentina? ¿El empresario Armando Pérez? ¿El operador gubernamental Fernando Marín? ¿Con qué autoridad? ¿Con qué conocimientos? ¿Con qué aval? Aquel que sea elegido no será otra cosa que un hombre providencial convocado para atender las complejidades de la urgencia. Y nada más.

La Selección hace tiempo que parece un campo propicio para la experimentación. Como lo era antes del arribo del Flaco Menotti a partir de octubre de 1974. Llegaba cualquiera con más o menos pergaminos. Y se iba cualquier día. Hasta que llegaba otro con el mismo destino prefijado que el anterior. La Selección, en definitiva, era un espacio y un lugar despojado de jerarquías. El que estaba disponible era contratado por un par de meses. Así le fue a la Selección. Con estupendos jugadores solo podía colgarse la medalla de esa Copa de las Naciones que ganó en 1964 cuando fue de punto a la tierra de los bicampeones del mundo por aquel entonces y derrotó 2-0 a Portugal en el Maracaná, 3-0 a Brasil en el Pacaembú y 1-0 a Inglaterra, también en el Maracaná.

Esa feliz aventura coronada en Brasil por Amadeo Carrizo, Ramos Delgado, Rattín, Telch, Rendo, Alfredo Rojas y Ermindo Onega, entre otros, tuvo capítulos posteriores que terminaron con la eliminación de Argentina al Mundial de México 70, cuando Perú, dirigido por Didí, se nos cruzó en el camino. Esa gran mancha futbolística había sido fruto del caos organizativo en que estaba sumida la AFA, subordinaba a los arrebatos, mesianismos, obsecuencias, negociados e  ignorancias de otros poderes políticos y militares siempre presentes.

Hoy la Selección es tierra arrasada. Por eso abrirle las puertas a un nuevo entrenador no significa nada en particular. El que asuma estará demasiado condicionado. Si antes con Julio Humberto Grondona se elegía a un técnico a partir de una decisión y análisis que ejecutaba Grondona y no otro, ahora ese mínimo análisis directamente no existe. No hay ningún tipo de análisis. Porque los que tienen que analizar no están capacitados para hacerlo. Lo que hay es una obediencia extrema con el poder de turno.

¿Qué existe, entonces? Solo necesidades. Solo tapar agujeros. Solo ubicar a alguien que esté más o menos en banda o con ganas de estarlo para presentarlo en una conferencia de prensa con la careteada y solemnidad que el caso no acredita. La realidad es que se desjerarquizó por completo la función de entrenador de la Selección. Como ocurría hace medio siglo. Semejante nivel de retroceso únicamente puede ser disimulado por las capacidades de los jugadores. Como pasó en la citada Copa de las Naciones en 1964. El técnico formal de esa Selección fue José María Minella. Pero el técnico detrás de escena fue Valentín Suárez, un presidente muy influyente de Banfield (interventor de AFA en el período 1966-1967 durante la dictadura militar de Juan Carlos Ongania), al que se le reconocían saberes de fútbol.

En el marco de esas grandes necesidades, desde el poder real le prenden velas al regreso de Leo Messi a la Selección. Parece una proclama. Un pedido de auxilio. Un SOS en medio del temporal. Mientras el técnico que idealiza su arribo a la AFA intervenida se prueba la pilcha. Que no es a medida. Es un saco y un pantalón comprado en una casa de remate.

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