La ex presidenta volvió a encabezar un acto político que generó polémica, con un discurso en el que volvió a insistir con un frente ciudadano en el que ya no se excluyó, con lo que abre interrogantes en el propio peronismo. El gobierno celebra esas irrupciones, aunque los datos de la economía volvieron a inquietar.

No deja de hacerle favores la ex presidenta al gobierno, que en los momentos más complicados, siempre encontrará a algún ex funcionario kirchnerista, o a la propia Cristina contribuyendo de algún modo para que Cambiemos siga pensando que la persistencia del kirchnerismo le asegura un futuro venturoso.

En este caso, CFK protagonizó un acto político que dio pie a múltiples interpretaciones, pues estuvo cargado de señales. Hacia adentro del peronismo, pues ninguna figura partidaria asistió al mismo, mostrando la distancia que buscan tomar de su ex líder; hacia el radicalismo, que se amalgamó para fustigarla justo en un momento de tensión interna en aumento por la relación con el socio mayoritario de Cambiemos; y hacia la sociedad, que sintió como un deja vú ver imágenes que hasta hace diez meses eran cotidianas.

El discurso de Cristina ya no tuvo la cobertura de otrora, pero dejó pinceladas insoslayables. Previsiblemente habló de "neoliberalismo" y fustigó el "brutal ajuste", diagnosticó el advenimiento de "un desastre social", y conmovió al hablar de inflación e inseguridad, dos temas hasta hace un año vedados para el lenguaje K. El punto máximo lo marcó cuando describió una inseguridad de "proporciones dantescas", para advertir trascartón que "la gente no puede salir a la calle porque la roban cuando va camino al almacén".

Más allá de cuestiones generales, se refirió a detalles puntuales, como el "bondi artificial", los "helicópteros ploteados" y hasta el beso del matrimonio presidencial en la ONU: quedó claro que está obsesionada con el gobierno que la sucedió.

Pero como dijimos, el macrismo celebra cada presentación de la ex mandataria, que -está convencido- opera como una suerte de analgésico para la sociedad frente a los padecimientos actuales. Ya de por sí en el gobierno se habían visto con buenos ojos encuestas recientes que muestran a Cristina con alta imagen en zonas de las más populosas del Conurbano, principalmente la tercera sección electoral. Allí llega a tocar el 40%, aunque eso no se traduzca literalmente en intención de voto, que sigue oscilando entre un 25 y un 30%. Nada despreciable por cierto, pero capaz de hacer desenfocar al resto del peronismo -el formal y el renovador-, que con ella en el escenario duda sobre cómo plantarse para las próximas elecciones.

Porque la presencia de un tercer actor de la talla de Cristina en la provincia de Buenos Aires es la alternativa más temida, pues les divide el voto dramáticamente. En ese contexto, Cambiemos celebra, cosa que no le viene mal en momentos en que -consecuencia del ajuste- las últimas encuestas realizadas en la provincia les dieron mal. Todas las fuerzas bastante parejas, pero en ninguna el oficialismo aparece primero, y en una figura tercero. Alerta máxima.

La duda en propios y extraños es si la ex presidenta jugará o no en esas elecciones. Y dónde, porque bien podría hacerlo en Santa Cruz. Lo cierto es que cuando insistió con su obsesión por el "frente ciudadano", mencionado esta vez como "la conformación de una nueva mayoría que le permita a los argentinos volver a tener un gobierno que lo represente", muchos lo tomaron como el preámbulo de un lanzamiento propio. Se verá.

Otro actor comenzó a tallar esta última semana en la provincia de Buenos Aires. Según confiaron intendentes que se reunieron con él, Florencio Randazzo esta vez sí les dejó señales que dan pie al optimismo respecto de su voluntad de participar de las próximas elecciones. Los intendentes del grupo Esmeralda que buscan obsesivamente una figura para presentar, lo alentaron con la posibilidad de sacarse la espina con más de uno de los que lo enojaron el año pasado al punto tal de dar el paso al costado que hasta hoy se mantiene. El ex ministro no dio señales definitivas, pero ya no cerró puertas.

Al gobierno le cierra que Florencio también se presente, pues todo peronista que se sume, divide. Pero para ordenar su propia interna, Cambiemos buscó dar una señal de unidad, como ya hizo hace un par de semanas en la provincia de Buenos Aires, al armar la mesa política del frente en ese distrito. La idea era el martes pasado lanzar la Mesa Nacional de Cambiemos, que hubiera servido para mostrar cierta unidad de cara al desafío electoral, pero debió suspenderse por la repentina operación de Lilita Carrió, quien vuelve a tocar picos de imagen positiva con episodios como ese y un cierre de semana en el que la justicia volvió a darle la razón, con el histórico fallo de una Cámara Federal que declaró la imprescriptibilidad de los delitos de corrupción, a instancias de una causa iniciada por ella.

La mujer oficialista que no tuvo en cambio una buena semana fue la canciller Susana Malcorra, que se presentó el martes en el Senado para informar sobre el polémico documento suscripto con el Reino Unido. Fue un ámbito mucho menos alborotado que el que hubiera podido esperarle en Diputados, pero no resultó para nada amable. Y al salir de la reunión en la Comisión de Relaciones Exteriores, la esperaba la novedad de que sus últimas esperanzas de llegar a la cima de la ONU habían quedado sepultadas. En rigor, hacía rato que se veía venir que Malcorra no sería elegida, y que el portugués Ant•nio Guterrez era el favorito para el cargo. ¿Seguirá la canciller en su cargo?, fue la pregunta inmediata. Pues desde el lanzamiento de su candidatura internacional se especuló con que cualquiera fuera el resultado dejaría de ser ministra cuando esta carrera terminara. Consultado sobre el tema por DIARIO POPULAR, el presidente Macri lo negó hace cuatro meses: "Yo gano de cualquier manera; si la eligen, por el honor que representa, y si no la eligen, porque sigue conmigo", señaló entonces. Sin embargo, fuentes consultadas aseguran que Malcorra no seguirá mucho tiempo más en el cargo. Aducen razones familiares y un deseo de volver a Naciones Unidas, donde está de licencia.

Está claro que hubiera sido muy desprolija una salida inmediata, pues hubiera dejado la sensación de que el único objetivo de su cargo era la secretaría general de la ONU. De darse el reemplazo, habría que esperar a que se inicie la carrera electoral, cuando otros ministros también dejen sus funciones para dedicarse a la campaña, pues se especula con que varios compitan. Eso sí, el que lo haga tiene que asumir, pues si tanto quiere Cambiemos diferenciarse del kirchnerismo, no podría copiar las testimoniales.

Para esa campaña que obsesiona al gobierno es clave que la economía mejore. Están seguros de que así será, y en eso coinciden todos los economistas; la pregunta es cuándo comenzará a percibirse el rebote. Finalmente habían aparecido señales el mes pasado, coincidiendo con la baja de la inflación, pero este mes esos mismos datos que mostraban mejoras volvieron a dar mal, y los diagnósticos volvieron a correr el arco: recién para fines del verano comenzará a notarse una mejoría, adelantaron los analistas. Aún se estaría a tiempo, con meses suficientes por delante como para afirmar el optimismo para las elecciones, pero... ¿y si los tiempos siguen estirándose?

Hay una explicación racional para estos datos negativos. Los números dieron mal porque se los comparó con septiembre, el mes previo a las elecciones en el que el kirchnerismo puso "toda la carne en el asador"; la vara estaba alta, no sucederá lo mismo a partir de octubre y sobre todo noviembre de 2015, cuando el gobierno saliente dejó de pagar a proveedores, hacer obras y atender el consumo. Si de consumo se habla, imposible alcanzar el de los tiempos previos a las elecciones, cuando los argentinos aceleraron la compra de bienes a sabiendas de que cualquiera fuera el ganador, el dólar iba a subir.

En este contexto el gobierno enfrenta en los próximos días el desafío de desactivar el paro de la CGT, hasta ahora solo frenado. La semana que pasó, lo que parecía seguro fue puesto en duda por los propios dirigentes sindicales que nuevamente parecieron avanzar hacia una medida de fuerza que a todas luces no los entusiasma. Pero entre tantas voces que se hicieron escuchar, muchas alentando la belicosidad, sonó contundente el secretario general de la UTA, Roberto Fernández, cuando advirtió que los sindicalistas tienen que preocuparse "más por las fuentes de trabajo que por el salario", aclarando que no tiene intenciones de encabezar "un paro político".

Sin paro de transportes, una medida de fuerza tiene garantía de fracaso, y ese es un riesgo que los dirigentes sindicales no están dispuestos a asumir.

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