Los seres humanos tenemos intereses inmediatos como comer, beber agua y tener relaciones sociales, pero también valores mediatos (justicia, colaboración, etc.). La ciencia intenta explicar por qué existe la cooperación entre los seres humanos, aun cuando esa cooperación no dé una recompensa directa o inmediata. El altruismo se refiere a aquellas conductas que promueven el bienestar de los demás sin una retribución o un beneficio personal.

La conducta altruista podemos observarla en muchísimas especies. Las abejas muestran conductas altruistas para con miembros de su propia especie, pues una de ellas se aventura al exterior del panal en búsqueda de comida y luego viaja nuevamente a su panal para comunicarle al resto dónde está la fuente de alimentos. En este viaje de ida y vuelta, esa abeja pone en riesgo su vida, por la presencia de predadores, para beneficiar a sus compañeras. En las aves y los mamíferos, se pueden ver formas más complejas de altruismo. Por ejemplo, acciones recíprocas de altruismo entre miembros de la especie no relacionados. Cuando un pájaro vocaliza una advertencia al resto de los pájaros en su área se expone a ser detectado más precozmente por su predador, pero sabe que su llamado de alerta tendrá un beneficio para el resto de los miembros de su especie.

Las interacciones sociales en los seres humanos hacen que las conductas altruistas sean aún más complejas. Investigadores de la Universidad de Duke encontraron asociación entre el altruismo y áreas cerebrales involucradas en la capacidad de percibir como valiosas las acciones de los otros, la cognición social. Jorge Moll y Jordan Grafman, en los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos, diseñaron un estudio para evaluar el proceso de altruismo, es decir, cómo es que tomamos decisiones que benefician a otros. La experiencia consistía en medir a través de neuroimágenes la activación cerebral de una persona al decidir donar cierta cantidad de dinero a organizaciones humanitarias, por ejemplo UNICEF, y, al mismo tiempo, al decidir castigar activamente a otras organizaciones con las cuales no estaba de acuerdo. A cada persona le dieron un monto de dinero y le pidieron que tomara decisiones. Primero veían el nombre de la organización y luego debían decidir si donarían (o no) parte del dinero recibido. En otras instancias, también podían castigar a la organización. Castigarla también costaba dinero: podían entonces invertir dinero para evitar que la organización recibiera fondos. Los científicos observaron, respecto de la activación cerebral, que cuando la gente donaba dinero se activaban áreas en el sistema de recompensa, de modo muy similar a cuando se recibe dinero, lo que daba cuenta de que ayudar a una causa resulta placentero. También observaron que cuando la gente gasta dinero para evitar ayudar a una organización, se activan las mismas áreas del cerebro asociadas generalmente al proceso del enojo y al disgusto.

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