La Bombonera por primera vez se llenó de murmullos y silbidos desde que está Guillermo como DT. Le cuestionan sus planteos, sus cambios y la caprichosa postura de sostener a jugadores que no rinden.

Una nueva decepción, esta vez por un empate con sabor a derrota, dejó al técnico de Boca en el centro de la escena y a los hinchas con una mueca de fastidio evidente, cansados de algunas de las decisiones de Guillermo Barros Schelotto en cuanto a planteo de partidos, elección de jugadores, cambios y discurso. Y a tal punto llegó la molestia que la paciencia con el ídolo parece haber quedado en una situación límite, claramente expuesta en el final de la tarde de La Bombonera, por un murmullo incipiente, con los primeros silbidos de reprobación desde que arrancó su ciclo y la sensación de que los plazos se están agotando.

En el recuento de quejas hay dos fundamentales que dejaron al Mellizo contra la pared: las eliminaciones de la Copa Libertadores y de la Copa Argentina. En ambos casos por planteos insólitos del entrenador, renunciando a lo que el equipo y su máximo referente (Carlos Tevez) pedían. Fueron dos mazazos brutales, imperdonables.

Sin embargo, ahí no terminan las críticas para el entrenador. Sus dudas lo condenan y prueba de ello es que nunca pudo repetir una formación desde que está al frente del equipo. Cambia mucho, pero al mismo tiempo sostiene de manera incomprensible a algunos jugadores que no rinden como para ser titulares, con el caso emblemático del juvenil Rodrigo Bentancur, relegando a jugadores de selección como Sebastián Pérez o Wilmar Barrios, o a un joven que venía destacándose como Andrés Cubas. Lo mismo ocurre con Jonathan Silva, a quien hace jugar seguido, postergando a Frank Fabra, quien hizo todos los méritos para ganarse el lateral izquierdo de la defensa.


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Sus cambios sorprendentes durante los encuentros también están en la mesa de discusión. Esta vez, ante Central, por más que Cristian Pavón no estaba haciendo un gran partido, significaba una cuota de desborde por la punta y la posibilidad latente de gol en un choque cerrado. Pero prefirió sacarlo para poner a Fernando Zuqui, un volante de buen manejo aunque sin llegada y con tendencia a volcarse hacia el medio. Tampoco se entendió el cambio de Sebastián Pérez por Pablo Pérez, y menos aún que no haya ingresado Fernando Gago, un futbolista que podía darle frescura en el juego y agresividad con sus pases verticales. Y más aún, hasta el banco estuvo mal armado, porque no incluyó a jugadores acordes para el momento como podían serlo Federico Carrizo o Nazareno Solís.

En fin, con todo eso, Boca terminó redondeando un complemento paupérrimo, con la pelota en poder del rival, llegando poco, siempre por el medio y facilitando la tarea defensiva de los rosarinos, dejando escapar dos puntos vitales en la carrera por alcanzar al puntero. Y en ese contexto, la aureola de ídolo que blinda a Guillermo comenzó a desdibujarse. La gente, necesitada de respuestas inmediatas en un año plagado de fracasos, se cansó de esta versión gris de Boca, dejó expresada por primera vez su disconformidad y le puso plazo a la ilusión. Los tres clásicos que se avecinan (San Lorenzo, Racing y River) serán seguramente un quiebre para saber como sigue o termina esta historia.

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