Sebastián Driussi mostró en los últimos partidos de River capacidad para llegar al gol por sorpresa. Es un media punta o una segunda punta que denuncia resolución ofensiva en los metros finales. No es un crack. Pero tiene movimientos valiosos para encontrar los espacios, donde generalmente los espacios no aparecen.
No es un crack el pibe Sebastián Driussi. Y quizás no lo sea nunca. Esto se verá mientras se desarrolla su carrera. Pero denuncia a los 20 años condiciones de buen jugador. La calificación no se focaliza en los últimos goles que convirtió para River: el decisivo en el 1-0 reciente ante Huracán del pasado domingo entrando y conectando de cabeza por el segundo palo o el primero a Gimnasia, cuando ganó la posición en el primer palo y sacó un derechazo fulminante para allanarle el camino a su equipo en el 2-0 por la semifinal de la Copa Argentina.

¿De qué juega Driussi? Es un punta que no tiene problemas en arrancar la maniobra en tres cuartos. Una especie de segunda punta. Pero que puede finalizar la jugada, como de hecho lo está haciendo. Y la finaliza con sentido del tiempo y la distancia. Aparece. No está. Aparece por sorpresa. Y sorprende. Porque revela precisión en el toque final. Lo que el Flaco Menotti alguna vez reivindicó como "un pase a la red". Ese "pase a la red" puede ser más suave o más violento. Pero el destino de la pelota viaja en la dirección correcta.

Es cierto, es probable que pueda estar en racha Driussi. Claro que las rachas, las buenas y las malas, forman parte de la dinámica del fútbol de ayer y de hoy. Lo que queda en la superficie (y es a lo que nos referimos) son los movimientos de los jugadores. Los rendimientos, las producciones, en definitiva. Y son buenos los rendimientos y las producciones de Driussi.  Buenos sin ser brillantes. Porque para ser brillante hay que tener lo que, por ejemplo, le sobraba al Beto Alonso: gran jerarquía para interpretar el juego y una técnica notable que trascendía la sensibilidad de su zurda, siempre artesanal y goleadora.

Andrés D'Alessandro, por su parte, nunca alcanzó la estatura futbolística de Alonso, pero su aparición en la Primera de River hace 15 años provocó lo que únicamente provocan los jugadores capaces de ganar un partido por sí solos. Marcelo Gallardo fue otro de la dinastía de River. Su rol fue el de un clásico armador. Con pase ofensivo y lectura para mirar la cancha de cara al arco rival.

Driussi no es un armador, aunque puede tocar y esperar la devolución para ir a los bifes, aunque en este fútbol argentino las devoluciones precisas en los metros decisivos suelen contarse con los dedos de una mano. En la posición de media punta, detrás del primer delantero que frente a Gimnasia fue Lucas Alario, encuentra el espacio que necesita para perfilarse en el arranque. Porque además sabe salir hacia los laterales. Sabe distraer para que otros lleguen. Y el fútbol siempre se nutrió de la distracción.

Hoy, las circunstancias indicarían que Driussi tiene un lugar valioso en la Primera de River. Como titular o como primer cambio. De ahí a sostener que es un fenómeno o algo parecido, es una exageración que no conduce a ningún lado positivo. ¿Qué es, entonces? Un pibe de 20 años (cumple 21 el 9 de febrero) que a River, por el momento, le brinda algunas soluciones que nadie puede despreciar. Soluciones ofensivas que siempre escasean y que son vendidas como auténticas mercancías en vías de extinción.

Los próximos partidos de River (este domingo ante Independiente en Avellaneda, después frente a Boca en el Monumental y la final de la Copa Argentina contra Rosario Central) seguramente brindaran mayores aproximaciones sobre el fútbol de Driussi. Las esperamos.

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