Delfina Villar nació en Carrilobo, Córdoba, pero por una beca del ENARD tuvo que mudarse sola a La Plata; "Dejé muchas cosas de lado para llegar hasta acá", dice antes llorar; junto con Brenda Churín avanzan en el beach volley.

El rostro de Delfina Villar cambia cuando recuerda a su Carrilobo natal. Todavía extraña el silencio de las calles, la hora de la siesta y el vóley indoor que jugaba con su hermana melliza. "Es un pueblito muy chiquito de Córdoba", cuenta antes de largar una sonrisa. Junto con Brenda Churin acaban de ganarle a la pareja polaca Julia Gierczynska-Patrycja Magdalena Jundzyll por 21-19 y 21-16 en un estadio de beach volley que estuvo colmado en el Parque Verde de Palermo. Sus piernas y el pelo rubio todavía tienen restos de arena. En la tribuna, la familia y los amigos la felicitan y sacan fotos. Ella sabe que el camino sinuoso por el que transitó es por una razón. "Mi primer objetivo, desde que arranqué, era jugar esto", señala.

Hija del nuevo milenio: nació el 18 de mayo de 2000. Para Delfina los comienzos en el vóley de playa no se remontan muy atrás en el tiempo, sino sólo a cuatro años. "Comencé de casualidad, a los 14, junto con mi hermana melliza. Nos anotó nuestro profesor de Educación Física. Jugamos los Juegos Evita y salimos campeonas", relata.

Delfina Villar

Así, casi con la misma velocidad con la que va a la red a bloquear, decidió lo que quería para su vida. Pero desde el punto de partida supo que el terreno iba a estar inclinado y no a su favor. "Justo comenzaron a concentrar a jugadoras para los Juegos Olímpicos, pero yo iba sin entrenamiento previo. No me podía superar mucho", afirma.

Sin una cancha para practicar e infraestructura acorde no tuvo opción: a casi 700 kilómetros, en la ciudad de La Plata, estaban Brenda y su padre Pablo, el entrenador. "Tenía bien en claro que quería jugar este Juego Olímpico de 2018, así que me fui a vivir a La Plata sola. No lo dudé en ningún momento", dice

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A Villar le tiembla la voz y los ojos se le llena de lágrimas. Hace una pausa, pero no se contiene y llora. "Al principio, hace dos años, los primeros meses me costó porque vengo de un pueblo muy chico yo. Era un cambio enorme. En mi pueblo ni llave se pone en la puertas y La Plata está muy peligroso, pero bueno, después me fui adaptando".

El apoyo familiar fue fundamental, así como también los abrazos y alientos de la familia Churín. La adolescente de 18 años logró adaptarse a la fuerza para poder cumplir su anhelo: "Se dio todo redondo y ahora estoy viviendo este sueño".

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Afuera de la arena la esperan sus padres y amigos con banderas de Argentina, rostros pintados y al grito de "¡Carrilobo, Carrilobo!". Delfina va a llorar otra vez y se abrazará con todos.

"Lo difícil fue despegarse de su hermana melliza. Siempre compartieron todo", comenta Susana, la madre. "Me dejaba tranquila que la familia de Brenda la contenía mucho", afirma y agrega: "Estoy más que feliz por ella. Si ella está feliz, yo más".

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