En la inminencia de los cuartos de final de la Copa Libertadores, en el campamento xeneize se respira un clima de altísima tensión, producto de las enormes presiones que el plantel, el cuerpo técnico y la dirigencia asumen como episodios inapelables

“Los penales los tenés que asegurar”. Las palabras de Gustavo Alfaro en la noche del martes 13 de agosto parecieron simbolizar algo más que un pensamiento eventual en una eliminación de la Copa Argentina muy dolorosa para Boca, considerando que se quedó afuera de la competencia ante un rival muy inferior en los papeles, como Almagro.

“Nos está pasando que cuando venimos bien, recibimos un golpe que nos tira para atrás”, afirmó el entrenador xeneize en tono de queja y lamento. Más bien que la prioridad de Boca no se enfocaba ni en la Copa Argentina ni en la Superliga 2019-2020.

Alfaro lo sabe, porque lo saben hasta lo que no entienden nada de fútbol, que él arribó al club para conquistar lo que no pudieron lograr en la etapa anterior los Barros Schelotto: ser el conductor del equipo que levante la séptima Copa Libertadores, igualando la marca de Independiente.

Si Boca no la gana, Alfaro tendrá que irse derrotado, porque la pulsión irrefrenable de Boca por la Copa ya adquirió relieves inequívocamente traumáticos. Nunca un club puso tantas cosas sobre la mesa en aras de una consagración que la dirigencia liderada por Daniel Angelici (el 8 de diciembre finaliza su mandato) estableció como una prioridad excluyente y absoluta.

Estos desajustes emocionales de Boca por la Copa Libertadores generan un microclima asfixiante que termina perturbando cualquier convivencia. Alfaro lo está padeciendo, aunque intente disimularlo. En Boca está obligado a ganar. En los otros clubes donde dirigió, estaba obligado a armar un equipo competitivo.

“En Boca salir segundo no sirve”, nos dijo hace unos años el Bambino Veira, a propósito de aquel Boca que dirigió en el Apertura de 1997, cuando sumó 44 puntos y River alcanzó los 45 y salió campeón. A los pocos meses, Veira tuvo que irse de Boca bajo una lluvia ácida de cuestionamientos y críticas severas a su conducción, acusada de laxa y muy complaciente con los jugadores.

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Hoy, aquella observación que el Bambino reveló, fue superada por los nuevos escenarios que impuso el exitismo. Los Barros Schelotto obtuvieron dos campeonatos domésticos que nadie reivindicó. Boca ató su destino a la Copa Libertadores. Se convirtió en un rehén calificado de una competencia que lo expone año tras año a situaciones extremas.

Haber naturalizado que levantar la Copa es tocar el cielo con las manos y que caer en el intento es un pasaje directo al caos, remite a la descomposición de cualquier registro deportivo. Y esto lo ha logrado la actual administración de Boca, contaminando la atmósfera social del club, transfiriendo urgencias inmanejables.

Ni River en sus 18 años sin títulos nacionales vivió el estado de ansiedad ingobernable que sufre Boca en las instancias definitorias de la Copa, cuando este miércoles enfrente en Quito a Liga Universitaria por los cuartos de final y ante la chance de medirse con River en semifinales, en el caso que supere a Cerro Porteño.

El numeroso y súper habitado plantel de Boca está subordinado por completo a esta lógica dramática: la Copa o el desastre. Alfaro sigue por la misma ruta: la Copa o el desastre. No aparecen en el horizonte construcciones intermedias. Es la nada o la eternidad, como rezaba aquella obra musical del jazz-rock interpretada por la Mahavishnu Orchestra en 1973.

La finalísima en Madrid, en diciembre pasado, con la victoria de River por 3-1 sobre Boca, resignificó de manera notable esta postal. Y le dio un tono que trasciende con demasiada holgura el valor de un partido de fútbol.

A Boca parece que se le fuera la vida por la Copa Libertadores. Y el equipo y el técnico están en el medio de una exigencia feroz. La realidad es que no tiene Boca un muy buen equipo. Y en varias oportunidades demuestra que no es un buen equipo, al que suelen rescatarlo el peso de sus individualidades, aunque Alfaro siempre se proclamó como un entrenador funcional al orden, la disciplina táctica y la organización colectiva.

Estos atributos, hasta el momento, no logró plasmarlos en Boca. Todo fue errático: los rendimientos, los resultados, las señales favorables, las señales negativas. No da ninguna garantía Boca. “No estamos maduros como equipo”, sentenció Alfaro luego del 2-0 a Aldosivi. Y así, sin mínimas garantías ni certezas futbolísticas, si tiene que inmolarse por la Copa, lo hace.

El carnaval mediático que habitualmente lo acompaña le acelera las pulsaciones hasta el límite. Y lo empuja al triunfalismo o a la tragedia. Boca no decide. Ya decidieron por Boca.

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