El entrenador uruguayo, casi un desconocido hasta hace poco en la Argentina, provocó la reconversión de varios jugadores y construyó un Ciclón temible y vistoso en menos de cuatro meses. Sus métodos, los innovadores videos para estimular a los jugadores y una ideología futbolera abierta y flexible
Su llegada a San Lorenzo se vio rodeada por la sombra hostil de la desconfianza. Por San Lorenzo, que venía de perder por goleada ante Lanús la final del campeonato; que había prescindido de su entrenador, Pablo Guede, en medio de controversias con baluartes de un plantel exitoso y valorado por los hinchas; que padecía bajos rendimientos de jugadores que en otro momento habían sembrado generosas expectativas; que estaba atravesado por algunas presunciones que hablaban de un proceso de transición y vacío de alegrías. Y por él mismo, un técnico extranjero que nunca había dirigido en estas tierras, de quien se conocía su reciente gestión con resultados más que aceptables en Brasil, a cargo del Internacional y el Atlético Mineiro que animaron las últimas ediciones de la Copa Libertadores.

Algunos, retrocediendo un poco más en la historia cercana del máximo certamen de América, recordaban su campaña con Peñarol de Montevideo en 2011, cuando el Santos de Neymar le impidió quedarse con el título en la final. Pero poco más sabía el fútbol argentino acerca de Diego Aguirre.

"Creo que consigo una buena mentalización de los equipos, una buena motivación. Lo más importante es el día a día. Yo me quedo contento cuando veo que llega el domingo y el equipo hace lo que trabajamos durante la semana", decía en una conferencia de prensa en 2015, durante su paso por el Inter de Porto Alegre. La frase encierra el estilo de trabajo y de conducción de este uruguayo de 51 años: el aspecto anímico de los futbolistas le resulta fundamental, digno de invertir energía, tiempo y recursos humanos y técnicos adicionales en pos de lograr los mejores elementos para mimar los egos de sus jugadores.

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"Es un buen tipo, honesto y un obsesivo del trabajo, que cuida hasta el menor detalle. Yo le preparaba los videos y una vez vino a casa a la 1 de la mañana a buscar uno", cuenta Shay Levert, un cineasta en quien Aguirre confió para editar videos motivacionales que les mostraba a sus jugadores antes de cada cita de aquella Libertadores de 2011. "Lo que me pedía dependía de cada partido. Según el rival, la historia que estaba detrás o lo había en juego, me pedía una cosa u otra. En cuartos de final, contra Universidad Católica de Chile, llevamos a un sobreviviente de la tragedia aérea de los rugbiers en la Cordillera de los Andes para que nos diera su testimonio. También pasamos un video frente a Vélez en la semi. Y antes de la final, contra el Santos, leyó una carta. Es un gran motivador y un tipo muy inteligente", concluye Levert, que dio luz al documental "120. Serás eterno como el viento", como fruto de su amor por Peñarol. 

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La motivación, según un ex goleador al que apodaban La Fiera por su estilo aguerrido e incansable. La fe, según alguien que hizo un gol ("fue lo más lindo que me pasó, me marcó para siempre", describió hace tiempo) que sirvió para ganar una Libertadores en el último minuto, en 1987, con Peñarol y frente a América de Cali-. La mentalidad ganadora, según el hombre que en 2010 volvió al Carbonero y lo sacó campeón después de siete años de sequía (el título anterior había sido justamente con él, en su primer año como técnico del club) y tras remontar una desventaja de 10 puntos respecto de Nacional, eterno rival. La motivación, otra vez, en el entrenador que provocó notables reconversiones futbolísticas en Franco Mussis, Sebastián Blanco, Martín Cauteruccio y Marcos Angeleri, que dio impulso a Fernando Belluschi para que jugara como en sus mejores épocas, y a Nicolás Blandi para que se le agrandara el arco.

Y parece tener sustento aquello de que, para Aguirre, cada partido es una nueva historia. A punto tal de que suele evitar izamientos de banderas con fundamentos estilísticos del juego. Es que Aguirre es el cerebro detrás de cada toque certero, profundo y veloz de este San Lorenzo al que admiran los propios y ya le temen los ajenos. Y fue también el conductor de aquel Peñarol que defendía duro y era fuerte en el contragolpe. El mismo tipo que una vez, dirigiendo a la Sub 20 de su país, dijo con muecas de orgullo: "No somos Brasil, somos Uruguay. Lo nuestro es meter pata y mucho huevo. Después vemos".

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Con Aguirre recién sentado en el banco de suplentes, San Lorenzo conoció la angustia tras una caída (la única de un ciclo que ya cuenta 11 victorias en 14 partidos) por 2 a 0 ante Banfield en el debut en la Copa Sudamericana. La respuesta llegó rápida, furiosa y comprobatoria de la fortaleza psicológica del equipo: tres goles en los primeros 10 minutos de la revancha. Y cuando enseguida sufrió un gol en contra que era suficiente para empujarlo hacia una temprana eliminación, convirtió un tanto más para pasar de ronda. Con Aguirre ya con un buen puñado semanas al frente del equipo, el pueblo azulgrana supo gozar de un rendimiento en ascenso hasta estremecerse con dos exhibiciones de ensueño, frente a Godoy Cruz y Arsenal – ambas con victoria por 3 a 1-, que posicionaron sus ambiciones en el torneo local y la Copa Argentina. Y por si faltaba rubricar otra porción brillante de la faena, llegó el sólido triunfo por 2 a 0 frente a Palestino, por la Copa Sudamericana. "Destaco el juego, pero valoro mucho más las ganas y las solidaridad", soltó tras el encuentro ante el  elenco chileno, y se describió una vez más a sí mismo.

Las ilusiones vuelan alto por Boedo, donde La Fiera Aguirre anhela dejar una huella. Los primeros capítulos son de puro romance, un sueño hermoso del que ninguno de los corazones azulgranas quiere despertar. Lo de ellos, hoy, es fútbol del bueno. ¿Después? Después vemos.

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