Lo logró y asegura, sin renegar de las rutinas, que sus tareas en un laboratorio de Ramos Mejía lo hacen sentir uno más de esa “familia”.

En tiempos en que la estabilidad en un mismo trabajo no solo no es moneda corriente por las propias coyunturas económicas sino porque tampoco es considerada como un valor en sí misma, no es usual escuchar que alguien haya celebrado sus Bodas de Oro con un empleo, y menos cuando esa persona ingresó apenas siendo un adolescente.

Este es el caso de Julio César Romano, un vecino casi de por vida de Ramos Mejía, que vive a muy pocas cuadras del Colegio Ward, y a solo una de la planta que lo cobijó desde los 14 años como cadete, y que lo sigue contando entre su personal hoy, a sus 64 años.

Casado, padre de Sabrina (31) y Julio (36), e hincha de San Lorenzo, Julio cumplió hace poco más de un mes sus 50 años en la empresa química Laboratorios Ariston, ubicada a solo un par de cuadras de la estación Ramos Mejía, y con la cual asegura tiene “una relación tan fuerte que es como mi otra casa”.

Pese a que reconoce que cuando le llegue la edad de jubilarse posiblemente dé las hurras y se dedique a descansar y disfrutar sin horarios, Julio dice que “el pasado 20 de marzo tuve una emoción muy grande, ya que todos mis compañeros y jefes me brindaron un almuerzo y un agasajo, y me entregaron una plaqueta recordatoria de mi medio siglo en la empresa, lo cual para mí es un orgullo”.

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Julio inició su larga saga laboral en esa empresa en 1968, a la que ingresó gracias a una tía suya, y comenta que “al principio trabajaba seis horas, y el dueño como buen alemán era muy rígido, pero muy justo. Aunque falleció al poco tiempo, su hijo siguió con la fábrica hasta que se vendió a otros dueños en 2003”.

Nacido en Haedo, Julio reconoce que “mis inicios no fueron fáciles, porque debí optar entre el secundario y trabajar, y como mi mamá había fallecido, para ayudar a mi viejo preferí laburar, y de a poco fui ganando confianza, desde el puesto de cadete hasta llegar a expedición y al área de empaque, donde permanecí hasta ahora”.

Hacia 2003, como obvia secuela de la crisis del 2001, Ariston - cuya especialidad son los psicofármacos y productos analgésicos, y ocupa a unas 110 personas- estaba en una muy mala situación, allí fue que un grupo empresario argentino la compró, y lograron encausar la producción, y hasta llegar a exportar a varios países de América”.

Julio remarca que “en 1982 nació mi hijo, y por una necesidad, acepté hacer una suplencia de tres meses, casi vivía en la fábrica, y mi mujer me iba a visitar, pero gracias a esto hice una diferencia”.

Remarca que “a partir de 1984 pasé a la sección de empaque, donde llegué a encargado de la sección, donde sigo actualmente”, y también recuerda cómo cambiaron los modos de trabajo: “para elaborar jarabes, antes se usaban remos de madera para la mezcla, ahora todo es automático, y desde ya los controles y la higiene son mucho más intensos”.

Para Julio, estar en ese trabajo es como “estar en familia, además yo conocí a mi esposa en esta zona, mi tía fue pareja del primer dueño, y uno de sus hijos se casó con una empleada” y aclara que “la zona es residencial, nosotros a veces almorzamos en el Lawn Tennis, y estamos a metros del Ward, un colegio de alto nivel, pero nosotros vivimos bien, dignamente, pero con modestia”.

Julio asegura que “soy el único que llegó a los 50 años en la empresa, un jefe me dice ‘no hay otro como vos’, y por eso digo que me gusta mi trabajo, pero también tengo ganas de cumplir sueños pendientes, como estar más en mi casa y emprender algún viaje para conocer un poco mi país”.

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