Señor director:

Gracias por dejar expresar mis pensamientos. Me dirijo al director de PAMI, no recuerdo su nombre. Quisiera decirle por qué no me manda los remedios como antes. Yo tengo desgraciadamente glaucoma y necesito colocarme las gotas. Se llaman glaucotensil TD y louten. Ya del ojo derecho no veo y del izquierdo casi nada. Con la mutual de PAMI tengo que pagar 300. Yo fui a PAMI y me dijeron que es porque tengo un terreno baldío y mi humilde casita. Señor, yo no puedo creer que me quede ciega por ese motivo. Yo soy jubilada con la mínima y no tengo quién me ayude. Pido un gran favor. Si alguien lee estas líneas y puede ayudarme dónde y a quién debo dirigirme se lo agradeceré de pro vida.

Olga García

DNI 4.822.831

Herramientas

Señor director:

Quiero dirigirme a Daniel Arroyo, ministro de Desarrollo Social. Señor, nosotros los jubilados que cobramos la mínima en este caso yo estoy con una persona discapacitada que tiene 78 años y yo tengo 71, queremos alimentarnos bien los pocos días o muchos que Dios nos da si la tarjeta de alimentos es también para las personas con problemas de salud. Estamos muy contentos con Alberto, nuestro Presidente y con la gente que lo acompaña. Algún día tenía que salir el sol para los pobres. Espero su respuesta en el Diario. Dice que los planes sociales no deben existir, que un trabajador necesita una herramienta para trabajar. En este caso yo necesito una hidrolavadora.

N. Funes Marlin

DNI 8.653.371

Andanza

Señor director:

De muy pibe pensaba que las parejas se formaban de la siguiente manera: cuando a un hombre le gustaba una mujer, la seguía y le preguntaba amablemente si quería ser su novia; si la dama decía que sí, listo, se acabó el problema o la búsqueda; si decía que no había que buscar por otro lado hasta dar con una respuesta afirmativa. Era cuestión de insistir. Cuando crecí -joven ya adulto- lo que más me gustaba era salir de cacería. Cacería urbana, en las calles, colectivos, supermercados, trenes, librerías, marchas varias, lo que pintara. Claro que no les preguntaba si querían ser mi novia. Debo confesar que me iba bien, muy bien. Tenía facilidad para encarar sin molestar. Fallaba en los bailes, boliches, milongas. No me gustaba bailar, tampoco sabía y eso me jugaba en contra. La intemperie era mi negocio. Con el paso del tiempo esas “conquistas” quedaron en el olvido y algunas en el recuerdo. También pasaron de moda. El piropo tecnológico fue ganando espacio, el callejero se transformo en un pecado mortalito. La inseguridad también jugó y juega al revés. Cada uno en su cueva es más seguro. Hay sitios para relacionarse sin tener que dar un paso. 180 grados de cambio y me quedo cortina. Es otra Tierra. Ahora que estoy casi viejo, el casi casi sobra. Pasé a ser un cazador sin cartuchos. Es lo que hay y lo que habrá. Me queda la mirada nunca correspondida. Sin embargo, y por eso escribo todo esto, en enero me pasó algo que creía amortizado. El deseo me pegó fuerte. El cruce fue una escalera mecánica. Ella bajaba, yo subía. Tenía el pelo rubio, platinado tipo Susana Giménez pero bien cortito. El cuelo desnudo era una invitación al a locura. Los labios también. Lo que seguía era un manual de belleza, demasiada para una sola mujer. Me olvidé para qué subía y me acordé del joven cazador. La seguí por la avenida, pasó la boca del subte, dos paradas de colectivos y cuatro taxis libres. Todavía no se iba. Entró a un edificio que parecía de oficinas. Por suerte -como en las películas- había un bar enfrente y la mesa junto a la ventana estaba vacía. Pedí un cortado. Una hora cincuenta la esperé. Salió sin ningún apuro. La cadencia del andar era un regalo al paso. Siguiéndola hubiera podido caminar un maratón de ida y vuelta sin darme cuenta. Subió a un colectivo que decía “Puente Saavedra - Once”. Pude haberme sentado a su lado pero no me animé. Llegamos a Once. Abajo todo el mundo. Ahora tocaba el tren al Oeste. Ferro y Vélez nos vieron pasar. Bienvenidos al Conurbano. Se bajó, nos bajamos, en MOrón. Un auto la esperaba en la plaza. Me quedé viéndola cómo se iba. Mi chance era menos que nula pero igual tendría que haberle dicho que era la mujer más hermosa del mundo o preguntarle si sabía cuál era el porcentaje de humedad reinante. Ni el gol del honor me salió. Sólo pude seguirla. Tenía que regresar a Once que para mí era Retiro efectivo y sin atenuantes. Me senté en un banco de la estación. Dejé pasar varios trenes, quizás esperándola. Un grafiti mal hecho aconsejaba: “no te des- moron-es”. Me extirpó una sonrisa.

Carlos Vallejo

DNI 8.308.852

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