La soledad se relaciona con trastornos conductuales, como comportamientos impulsivos, alcoholismo e irritabilidad. Perjudica también la función cardiovascular, la respuesta inmune, el funcionamiento respiratorio y altera los patrones de sueño

Las circunstancias extraordinarias que estamos viviendo profundizan uno de los denominados males de este siglo, la soledad. Se trata de una experiencia emocional desagradable, que aparece ante la diferencia entre las relaciones interpersonales que uno desea tener y aquellas que cree tener. Debemos advertir que no es lo mismo que el aislamiento físico: una persona puede sentirse desesperadamente sola en una oficina ocupada, en una fiesta llena de gente, en la mesa del desayuno rodeada de su familia o mientras envía mensajes de texto a un compañero de escuela. Lo que importa es el sentido subjetivo de un vínculo significativo y satisfactorio.

Nuestros cerebros, cuando se sienten solos, responden con un mecanismo de autopreservación. Un estudio de neuroimágenes mostró que los cerebros de personas aisladas activaban más las áreas de atención ante imágenes negativas socialmente. La soledad se relaciona con trastornos conductuales, como comportamientos impulsivos, alcoholismo e irritabilidad. Perjudica también la función cardiovascular, la respuesta inmune, el funcionamiento respiratorio y altera los patrones de sueño. Entre los problemas de salud mental más comunes en adultos se encuentran el deterioro cognitivo y las dificultades de memoria. Para entender la dimensión de este problema, la contaminación del aire aumenta un 5% las probabilidades de mortalidad, la obesidad aumenta un 20%, el consumo excesivo de alcohol un 30% y, según estudios recientes, la soledad la aumenta en un 45%.

En las epidemias, como la que atravesamos, el virus se pasa de persona a persona, somos sus vectores y por eso tenemos que ir en contra de nuestra naturaleza como especie y acatar el aislamiento. Así, el pilar del control epidémico profundiza el aislamiento social al privar a muchas personas de su único contacto fuera del hogar,como en centros comunitarios y lugares de culto. Aquellos que no tienen familiares o amigos cercanos,y dependen del apoyo de servicios voluntarios o atención social,podrían ser expuestos a un riesgo adicional, junto con aquellos que ya están solos o aislados. El contacto cara a cara libera una cascada de mensajeros químicos o neurotransmisores que nos protegen en el presente y el futuro.

Las relaciones cercanas (aquellos con quienes podemos contar y escuchan nuestros problemas existenciales,por ejemplo) y la interacción social(saludamos al trabajador del bar cuando entramos para tomar un café, al encargado cuando entramos al edificio) se relacionan con la expectativa de vida. Por todo esto, es necesario diseñar estrategias de intervención dirigidas a esta problemática. Cuando estamos privados de un sentido satisfactorio de conexión social, está en juego nuestra calidad de vida,nuestra felicidad.

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