Los vecinos de los barrios porteños de Constitución y Palermo, a cada extremo de la zona de seguridad del G20, se mostraban “a gusto con la tranquilidad” de las calles casi vacías, tan inusual como los comercios vacíos y los miles de efectivos policiales patrullando cada rincón.

El panorama optimista de los vecinos de esas zonas contrastaba, sin embargo, con panaderías y los bares de cadenas internacionales cerrados, mientras los pocos comerciantes que decidieron abrir sus negocios se lamentaban por el escaso trabajo y “la desinformación sobre los cortes”.

“No hay casi nadie, está muy tranquilo y solo se escuchan sirenas. Es increíble esta seguridad. Mi mujer me decía que ojalá fuera tan seguro siempre por acá, porque a la noche está desolado. Ahora nos cuidan de rebote por el evento internacional”, contó Juan (38), vecino de la zona de Palermo que paseaba junto a sus dos hijos pequeños y su mujer frente al vallado y una fila de militares que llenaba la plaza de la Avenida Figueroa Alcorta y Salguero.

Mientras, por la arteria principal, cortada desde la avenida Pueyrredón, atravesaban autos de alta gama rodeados de motos con policías al ritmo de las sirenas.

En ese momento, María (50), otra vecina del barrio que vive allí hace quince años, se apuraba sobre Figueroa Alcorta para sacar fotos luego de contar que salió de su casa porque “va a pasar (Vladimir) Putin y quiero verlo”.

Por su parte, José (73), vendedor hace sesenta años del quiosco de diarios y revistas de la esquina de Alcorta y Salguero, lamentaba las pérdidas: “La venta está parada. La panadería, la florería y otros tantos junto con el shopping decidieron cerrar”. Pero aclaró que “esta es la imagen del país, el G20 nos conecta con el mundo, por eso hay que dejar una buena impresión”.

A una cuadra, solo dos bares abrieron sus puertas y Ricardo (45), encargado del café de la esquina de Salguero y Castex, descargó su malestar por las consecuencias que generó el vallado de seguridad.

“Esto nos afecta, acá solo hay gente que quedó del barrio porque la mayoría se fue. Tuvimos que suspender por cuatro días a los proveedores porque no sabíamos cómo iba a ser el corte, hubo desinformación. Muchos decidieron no abrir porque no sabían si podían llegar”, contó el empleado.

El panorama en el barrio de Constitución no distaba mucho: caras de aburrimiento y fastidio de comerciantes y taxistas sumado a la desolación de las calles, cual si fuera domingo de descanso.

“Parece un domingo o peor. No trabajé nada. Esta seguridad debería estar en la calle para nosotros, para evitar robos”, dijo un taxista Fabián (52), mientras tomaba un café y miraba la televisión junto a sus compañeros, en un maxikiosco de la estación de servicio de la esquina de Combate de los Pozos y Eduardo Janner, en Constitución.

La empleada somnolienta del maxikiosco, Estrella (30), contó que estuvo toda la semana sin gente, “algo inédito desde hace dos años que estoy acá”.

Un vecino del barrio, Alfredo (50), se mostró conforme con la nueva postal de la Ciudad mientras paseaba mirando sin preocupación su celular: “Esto es algo para bien para el país. Y esta seguridad viene bien para el vandalismo”, dijo.

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