El G-20 permitió compensar en parte el sabor amargo de un Superclásico histórico transformado en papelón internacional. El trabajo de años en la organización de una cumbre que volvió a exhibir a un país bien ponderado hoy en el contexto mundial, pero con problemas muy difíciles de resolver

Difícilmente las generaciones que hoy habitan la Argentina vuelvan a ser testigos de un evento como el que tuvo los ojos del mundo puestos en nuestro país los últimos días. Nunca en la historia esta parte del planeta fue epicentro de un evento ecuménico tan convocante, en el que se dieran cita los principales líderes mundiales, como en estas jornadas que se vienen preparando desde que nuestro país fue confirmado como sede de esta reunión del G20 en junio de 2016.

Precisamente la elección de la Argentina fue entonces un guiño para una administración empeñada en reinsertar al país en el mundo. Quienes todavía ponen en duda los beneficios que pudo reportarnos organizar esta cumbre debieran tener simplemente en cuenta que alguna influencia tuvo a la hora de acelerar en el Fondo Monetario las decisiones para ayudarnos al desatarse la crisis cambiaria meses atrás: hubiera sido impensado que nos soltaran la mano en vísperas de semejante evento.

Obviamente los líderes del mundo no hubieran venido a un país a punto de estallar.

La decisión de hacer la cumbre 2018 en Buenos Aires se tomó en China hace dos años, cuando ese país presidía el G20. Y a diferencia de otras cumbres, no se anunció durante la reunión de presidentes, sino meses antes, en el encuentro de sherpas. Cuando en septiembre de 2016 Mauricio Macri viajó a Beijing, ya se sabía que dos años después le tocaría organizar este evento.

Fue una de las metas que este gobierno se propuso al arrancar la gestión, en el marco de su ambiciosa política exterior, el espacio donde la administración Cambiemos obtuvo resultados más vistosos. Tampoco es que haya alcanzado todos sus objetivos en ese ámbito; de hecho, no fue así. La canciller Susana Malcorra y su vice, Carlos Foradori, también trabajaron intensamente desde el principio para que la Argentina pudiera ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), como así también acceder a la Alianza del Pacífico. Ni una cosa ni la otra fueron alcanzadas en un mundo que hoy no es el que imaginaban los equipos de la Fundación Pensar cuando en 2014 diagramaban planes de gobierno.

El año que confirmaron a la Argentina para presidir el G20 ahora, China le traspasó la presidencia a Alemania, que hizo su cumbre en Hamburgo, epicentro de gravísimos disturbios en 2017. Era el fantasma que desvelaba ahora a los encargados de la seguridad en la Argentina. Por eso oportunamente se abrió el paraguas recordando que los incidentes son un clásico en cada G20, cuestión de no rasgarse las vestiduras cuando estallara el caos, que se preveía inevitable.

Macri, conferencia en el cierre del G20

Los antecedentes aquí no son los mejores. La batalla de la Plaza de los Dos Congresos en diciembre pasado, por la reforma previsional; y más cerca en el tiempo la violencia cuando el debate del Presupuesto en Diputados, fueron episodios graves que encendieron las alarmas de las autoridades, pero que también sirvieron como experiencia para no repetir errores. De hecho, cuando en 2005 se realizó en Mar del Plata la Cumbre de las Américas -la del “no al ALCA”-, hubo gravísimos incidentes durante una marcha contra Bush en la que incendiaron con una bomba molotov la sede del Banco Galicia y destruyeron y saquearon comercios, entre ellos uno de Telefónica y un local de Havana.

Ni hablar de la barbarie de la semana anterior, cuando el fallido superclásico. Precisamente ese desastre hizo precipitar la autoestima de los argentinos, tan devaluada como nuestra moneda. La frase poco feliz de Patricia Bullrich alardeando sobre la supuesta la idoneidad para organizar un Boca-River, comparando con el desafío que implicaba proteger a los líderes más importantes del mundo, fue un karma que persiguió a la ministra de Seguridad todos estos días.

Peor le fue a su par porteño, Martín Ocampo, que tuvo que renunciar luego de la catastrófica final de la Libertadores. No quedaba otra, cuando desde Nación exigieron a la Ciudad hacerse cargo del fallido operativo, a pesar de que el eslabón que falló el sábado 24 de noviembre correspondía a Prefectura Naval -ergo, Nación-. Horacio Rodríguez Larreta se hizo cargo de la responsabilidad, pero su ministro de Seguridad fue el fusible que saltó, como no podía ser de otra manera.

A propósito, durante toda la semana no cesaron las críticas de los funcionarios porteños hacia el gobierno nacional por haberles cargado las culpas.

Cerca del Presidente admiten que Macri estuvo muy angustiado por el papelón internacional en que devino la final frustrada. Ya había anticipado que le costaría conciliar el sueño durante las tres semanas de espera por la definición, ni qué decir entonces a partir de ver las imágenes del micro de Boca bombardeado en las inmediaciones del Monumental.

No había podido imponer su idea de permitir la presencia de visitantes, luego intentó apaciguar el bochorno sugiriendo a las partes que la final se jugara en el país. Del tema habló hasta con Gianni Infantino, que había venido a ver el River-Boca y se quedó unos días en Buenos Aires, en los que registró un paso por la Rosada.

Una vez confirmada Madrid como impensada sede de la final de la Copa Libertadores de América, Mauricio Macri entró en modo G20, a la espera de los resultados de la cumbre en general, pero muy especialmente de la seguridad de la misma después de lo vivido en Núñez, y sobre todo lo que fuera a suceder en la marcha de protesta que imaginaban muy violenta.

Párrafo especial merecen entonces los organizadores de la manifestación, que cumplieron su parte en hacer una protesta pacífica, y sus interlocutores del gobierno, con el secretario de Seguridad Interior Gerardo Milman a la cabeza. El ex ladero de Margarita Stolbizer tuvo a su cargo la negociación sobre la marcha y se jugó una parada difícil al acceder a uno de los reclamos de las organizaciones sociales permitiéndoles llegar hasta el Congreso a través de Avenida de Mayo. La protesta pacífica fue un contrapeso valioso frente a la barbarie que tan mal nos expuso ante el mundo la semana anterior.

“La forma de Macri de devolvernos al mundo lo único que genera es lástima. Argentina ya estaba inserta en el mundo, Presidente, la diferencia es que antes teníamos dignidad”, tuiteó en plena cumbre la diputada nacional Mónica Macha, esposa del ultra K Martín Sabbatella.

No fue una expresión aislada desde el kirchnerismo, que sin embargo no marchó contra el G20, por orden de una Cristina Kirchner abocada a dar una imagen de moderación similar que pretende proyectar en esta campaña en la que volverá a ser candidata. Algo de eso mostró el año pasado después de las PASO y de cara a octubre, cuando decidió exhibir una imagen distinta a la de sus 8 años de gobierno y volvió a dar entrevistas.

En modo campaña, la ex presidenta se había mostrado la semana anterior durante la ‘contracumbre’ organizada en Ferrocarril Oeste, aunque ella misma se ocupó de rechazar esa definición para el evento, y ahora ordenó no movilizarse contra el G20 al que asistió casi siempre durante sus dos gobiernos.

No faltarán los que recuerden la activa participación del kirchnerismo durante las violentas protestas por la reforma previsional y el Presupuesto, por no citar también las de Santiago Maldonado, contraponiéndolas con esta pacífica contra el G20, sin presencia K.

La imagen emocionada del Presidente al cabo del espectáculo en el Teatro Colón puede haber generado efectos diversos: mística entre los propios, ironía de parte de los ajenos, tal vez desdén en muchos imparciales. Pero debería ser tomada como un desahogo presidencial luego de tanta tensión.

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El alivio bienvenido luego de que el temor por lo impredecible se colara una y otra vez en una coyuntura demasiado cambiante. De hecho, Macri imaginaba otro contexto para este tiempo, previendo esta cumbre como el inicio de una campaña electoral desahogada luego del triunfo de 2017, camino a lograr las tres reelecciones, su módico objetivo.

Pero ya se ha acostumbrado el Presidente a que las cosas no suelen salir como prevé. Pasado el G20 y traspasada la presidencia a Japón, Macri vuelve a transformarse en calabaza, en un contexto de profunda recesión, en el que ahora las prevenciones son por un mes de diciembre tradicionalmente peligroso, particularmente este. Con no pocas responsabilidades que le asisten a un gobierno que hizo lo suyo para encontrarse donde está.

Por ejemplo, y viene al caso, presentar en agosto de 2016 un ambicioso proyecto contra las barras bravas, que la ministra Bullrich defendió dos meses después en el Senado, pero que nunca volvió a discutirse. La inacción suele ser un error repetido de Cambiemos.

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