Pleno otoño, los días son cada vez más cortos, llueve seguido, hace
frío. ¡Qué ganas de tomar unos mates o un té a la tarde con algo tan
rico como un budín casero del sabor que más nos guste! Además, son una
buena excusa para dejar la dieta aunque sea por un ratito.
Con frutas o sin frutas, con baño de chocolate o baño glasé, más húmedos o menos húmedos, pero siempre esponjosos y aireados, los budines son un clásico a la hora del té y la opción más aplaudida cuando se trata de agasajar visitas el fin de semana. Además, les gusta a grandes y a chicos por igual.
La gran ventaja que tienen es que a su fórmula básica, que consiste en batir manteca con azúcar y luego agregarle huevos, harina y polvo de hornear, se le pueden sumar los sabores y rellenos que queramos como pueden ser frutas frescas, frutas secas, especias más o menos exóticas y harinas complementarias como harina de algarroba o harina integral, ralladuras de limón o naranja, y hasta ingredientes más nutritivos como germen de trigo, avena arrollada o salvado de avena.
Incluso, se pueden hacer budines dulces de calabaza y zanahoria y también budines salados con papa, coliflor, ricota, zapallitos o queso. Por ser un clásico de la pastelería, es muy importante respetar las cantidades indicadas en cada receta. De lo contrario, el budín puede salir más pesado de lo esperado, y por lo tanto más compacto, demasiado húmedo o demasiado seco, se puede abrir por demás en la parte de arriba o quedar muy bajo si no leuda bien. Por eso, las proporciones son fundamentales y la calidad de los ingredientes, también. El budín es un postre originario de la pastelería inglesa y, en consecuencia, muy asociado al momento del té. En la antigüedad solía ser un alimento que no podía faltar en los largos viajes por su gran contenido nutritivo (huevos, manteca, leche, azúcar, harina) y por conservarse en buen estado durante bastante tiempo a temperatura ambiente.
Uno de los budines clásicos es el llamado budín inglés, cuya particularidad es la de llevar frutas secas y confitadas en su interior. Otro muy conocido es el budín marmolado, que mezcla una parte de budín de chocolate con otra parte de budín de vainilla para obtener una combinación dual de color y sabor muy característico.
También son muy apreciados los budines húmedos que tienen la particularidad de incorporar algún ingrediente fresco como puré de calabaza o trozos de frutas como manzana, peras o duraznos en cubos, dulce de membrillo o de batata, que hacen que la masa resulte más fresca que la de un budín común.
Si bien hay budines tradicionales como el de limón, naranja, coco o chocolate con miel y especias, hoy en día se hacen budines de todo tipo de sabores. La cocina natural también tiene su propia versión (ver receta de budín de pomelo y algarroba) con la diferencia de que se reemplaza la manteca por aceite de girasol, la harina común por harina integral y el azúcar refinada por azúcar integral de caña. En cuanto a los huevos, hay quienes ligen los huevos de campo y quienes directamente optan por suplantarlos con algún otro elemento ligante como puede ser fécula de maíz, puré de manzanas o leche en polvo. El resultado no es el mismo, pero se logran adaptaciones muy buenas y más saludables.
La cubierta de los budines merece un tema aparte. Se pueden espolvorear simplemente con azúcar impalpable, se pueden cubrir con un baño de chocolate o de glasé real, y agregar algunos elementos decorativos como cascaritas de naranja, frutas secas acarameladas o granas de colores si es para los más chicos.
Y como decimos siempre, no es lo mismo comprar un budín en una panadería que hacerlo en nuestra casa. Porque no sólo nos deleitaremos con un postre recién hecho y bien fresquito sino también con su aroma a limón, naranja, vainilla o especias templando los rincones de nuestra casa alguna de estas tardes destempladas de otoño.