ANÁLISIS ALBERTO CALLEGARI
Este Torneo Apertura registra dos fechas cruciales para el arbitraje: la quinta y la más reciente, novena. En ambas, los arbitrajes controversiales ganaron la partida, y al decir “controversiales” no necesariamente hablamos de “malos arbitrajes”. Porque conviene aclarar que lo que para el gran público y gran parte del periodismo “es” un mal arbitraje, puede no ser tal para quienes entienden en profundidad del asunto y deciden qué hacer en cada caso. Basta con citar el también reciente caso de Juan Pablo Pompei en River-Quilmes, cuando el ambiente en general -menos nosotros, cabe la aclaración- poco menos que condenó la labor de dicho árbitro -comenzando por el técnico de River, Angel Cappa, quien de paso, todavía no concurrió al Tribunal a declarar al respecto- y en realidad, su trabajo fue considerado correcto. El tema pasa por saber quiénes serán esta semana -lo sabremos oficialmente hoy aunque como siempre, contamos con datos off the record que nos permiten sustentar nuestra postura- el o los árbitros “parados” por la Comisión de arbitraje que preside Julio Grondona y coordina el bueno de Francisco Lamolina. La fecha pasada, octava, tuvo seis arbitrajes analizados hasta la médula y la última y reciente, una cantidad ligeramente inferior, pero con un contenido más criticable desde lo técnico, más proclive a la sanción. Los casos de Sergio Pezzotta en Banfield-River y de Saúl Laverni en Boca-Lanús quedaron en el ojo de la tormenta y en la oscilación entre la aprobación y la condena. El contexto no ayuda a que los árbitros reconozcan y purguen sus errores en partidos con tanta carga de sucesos que los encuadran en el alto riesgo arbitral: en esta política de igualdad de posibilidades para todos los árbitros, en la que son medidos con la misma vara los internacionales y los no internacionales, sumando a los promovidos (Pablo Díaz, el último) la AFA está cometiendo un error que deriva en colocar justamente en el mismo plano a todos, cuando no tiene por qué ser así. No puede ser lo mismo calificar y desmenuzar la labor de un mundialista como Héctor Baldassi e internacionales como Diego Abal, Néstor Pittana, Saúl Laverni y hasta un Sergio Pezzotta, que hacerlo con árbitros de otras jerarquías. La exigencia no es la misma y no puede ser la misma la sanción: por eso, hace una semana, se cometió el desatino de igualar a Abal y a Faraoni “parándolos” al unísono, cuando no tuvo nada que ver lo de uno con lo del otro. ¿Qué riesgo se corre? Que mientras no dirigen Baldassi -aunque su presente pase por la recuperación de una lesión- Abal o Laverni, el Apertura queda en manos de Maglio, Pompei, Lunati, Toia, Alvarez y Díaz, sin que la mención de éstos implique ser peyorativo con ellos. Política que incluye designar a uno o dos internacionales por fecha para dirigir en la B Nacional. El error es táctico y Lamolina, como si fuese un director técnico, no arrancó con buen pie y “su equipo” ofrece ventajas para que “los rivales” (el ambiente mismo) aprovechen y le peguen. No fue su responsabilidad directa, pero dos semanas seguidas se hizo dirigir a dos árbitros dos días consecutivos, y a uno de ellos -Abal- no se le tuvo contemplación a la hora de pararlo. Un mamarracho. Todavía está a tiempo de cambiar. Y puede comenzar con parar esta caza de brujas que significa vivir sancionando árbitros en lugar de respaldarlos.

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