¿Qué tiene River desde lo potencial que a Boca le falta? Más juego colectivo. Y una idea netamente ofensiva para encarar los partidos. Pero se le adivinan cada vez más debilidades y fisuras al equipo. Como si en algunas oportunidades jugara los partidos y en otras, los aguantara o los padeciera, como viene ocurriendo en las últimas semanas.
Es evidente que ya dejó de brillar River. Cuando se impone, ya no se impone con holgura. Ya denuncia serios problemas de funcionamiento que le cambian los papeles. Ya siente en las piernas y en los pulmones el rigor de la competencia en los dos frentes: campeonato local y la Copa. Igual, por ahora, no resigna nada. Sigue en pie. Con más o menos luces. Y con más o menos dificultades. Lo que lo sigue distinguiendo es su fuerte convicción para intentar protagonizar los partidos. Para ir a buscarlos con decisión. Aunque encuentre muchísimas más complejidades y menos placeres que antes.
¿Le teme River a Boca? El folklore del fútbol admite hasta con cierto morbo esa flaqueza que tiene mucho de mito y algo de realidad histórica. Lo que no van a reconocer ni Marcelo Gallardo, ni el plantel, ni la dirigencia, es que hubieran preferido no tener que enfrentar a Boca en la llave de la Copa, aunque públicamente sostengan lo contrario. Más allá de cualquier consideración que apela a cierta paternidad de Boca, queda dibujada en la superficie que River tiene más para perder que para ganar. Y quizás esta circunstancia lo cargue de una presión extra muy difícil de procesar.
Esa presión que no puede esconderse es la que parece revelar el Muñeco Gallardo desde el banco. Lo denotan sus gestos y una exigencia verbal por instantes desbordada. Bajo el peso de las obligaciones de unos y otros, Boca llega más liviano al primer Superclásico. No porque le sobrara algo, que de hecho no lo refleja en ningún plano. Pero no tiene que defender tesoros conquistados frente a River. Está cómodo con su equipaje de equipo metedor y austero. Casi a la medida y al paisaje que suele naturalizar Boca cuando confronta con River.
Precisamente, esa es la ventaja anímica que hoy ostenta Boca: su rol, alejado de cualquier distinción. Y el crecimiento que experimentó desde que asumió como técnico el Vasco Arruabarrena. El principal logro es que ordenó a un equipo que con Carlos Bianchi frecuentaba el caos y la derrota. No se destaca este Boca por su gran solidez, pero adquirió una dosis de fortaleza que hace un par de meses parecía una misión imposible.
Por estos días, el plantel cree que puede quebrarlo a River. No jugando, necesariamente, mejor que River. Pero haciéndole sentir lo que hoy River no está en condiciones de poder ofrecer: un partido muy físico. De palo y palo en el medio. A puro pressing.
Claro que las teorías en el fútbol son hojas en la tormenta. Lo ratificó el último River-Boca en un Monumental anegado por el diluvio. Y ahogado por los imponderables. Los que siempre aparecen, aunque nadie los anticipe.
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