De Bianchi hasta Pellegrini, Román nunca generó indiferencia entre sus compañeros y entrenadores. Ganador en todos lados, un repaso por las personalidades que marcaron al ídolo más grande de la historia de Boca
Blanco o negro. Nunca indiferencia. Va del amor al odio en un santiamén. Genera una grieta insoslayable. Eso fue Juan Román Riquelme como futbolista: un símbolo de militancia para sus seguidores, y un blanco de insultos para sus detractores. Esa división también la provocó entre sus propios colegas y técnicos. Algunos lo adulaban, otros lo culpaban de todos los males.

Carlos Bianchi es el técnico más amigo de Riquelme. "Es como mi papá", llegó a decir Román en una conferencia de prensa. Y futbolísticamente, lo fue: lo consolidó en primera, le dio vuelo para que desplegara toda su categoría y se convirtiera en el jugador más importante del Boca exitoso de principios del 2000. Se volvieron a juntar, a principios del 2013, cuando el "Virrey" volvió al "Xeneize". Papelones en aquel verano y el diez levantó el teléfono para volver. No quería verlo así, cayéndose a pedazos. No consiguieron títulos, pero sostuvieron su relación paternal. Fue, sin dudas, quien mejor lo contuvo.

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Clemente Rodríguez le dio oxígeno por el sector izquierdo de la cancha. En esos giros impredecibles que hacía Román en la mitad de cancha, donde buscaba apoyo en los costados, el lateral fue una compañía constante. Amigo adentro y afuera de la cancha, lo catalogó como "el mejor "3" de la historia de Boca". Ganaron la Libertadores del 2001, y varios títulos locales. Uno de sus grandes laderos en la intimidad del vestuario "Xeneize".

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Marcelo Delgado fue, probablemente, el mejor amigo que el fútbol le dio al creador del "Topo Gigio". Dos personalidades polémicas, de relación distante con los medios de comunicación, se encontraban en la cancha para darle muchas alegrías a los hinchas de Boca. "Chelo" convirtió muchos goles con la "azul y oro" gracias a los pases de Román. Incluso lo quiso llevar a Racing.

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Podrían haber sido enemigos, pero Pablo Aimar y Riquelme se amaban. Compañeros en el Sub-20 que salió campeón en Malasia y en la selección mayor que participó del Mundial de Alemania, eran similares pero complementarios: uno, hábil y veloz para gambetear hacia adelante; el otro, un cerebro con dos piernas. En la intimidad, cuentan sus compañeros, que se sorprendían por lo que hacía el otro. Ayer, mientras anunciaba su retiro, Román se lamentó no haber podido compartir un equipo con él.

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Martín Palermo vive en los dos mundos. Él fue su Jekill y Hyde. Fue todo: el delantero que más se abasteció de su generosidad en la cancha, y el compañero que más lo enfrentó en el vestuario de Boca. Hicieron de ese vestidor, una guerra fría. De los micrófonos para afuera, ninguno castigaba al otro. Pero adentro, cuentan, no se miraban. No se hablaban. Formaron dos bandos que chocaron entre sí: dividieron el vestuario alrededor del diez. Sin embargo, cosecharon títulos, copas internacionales. Y brillaron juntos en la Copa Intercontinental del 2000, ante Real Madrid. Riquelme-Palermo, Palermo-Riquelme. El amor, con todas sus contradicciones, en un binomio.

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Louis van Gaal fue el técnico que lo recibió en Barcelona, en 2002. Era la primera experiencia de Román en Europa. Llegaba bañado en laureles después de su paso mega exitoso por el fútbol argentino. "Lucho" se presentó, le mostró el vestuario y le dijo: "Con la pelota, sos el mejor del mundo. Sin ella, tenemos uno menos. Yo no te pedí: te trajo el presidente. Intentaremos que seas lo mejor para nosotros". La relación no funcionó. Lejos de entenderlo, el holandés lo ubicó como volante por izquierda: ¡lo obligó a correr! Riquelme, claro, no explotó. Los hinchas culés todavía cargan contra el actual técnico del Manchester United.

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"La selección, se va a la p... que lo parió", coreó La Bombonera cuando Riquelme anunció su segundo retiro del combinado nacional. En ese entonces, Diego Maradona la comandaba. "Quiero que Román juegue más adelante, cerca de Messi", declaró el otro diez. Riquelme estalló: le dijo que "no tenía códigos". Nunca más se hablaron. Diego, incluso, llegó a decirle que "si estaba vacío, que se llene", cuando anunció su salida de Boca después de la final de la Copa Libertadores perdida ante Corinthians en 2012. Sin embargo, ayer Román sacó la bandera blanca y lo elogió: "Tuve el lujo de jugar con Maradona, el más grande de todos".

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Manuel Pellegrini fue el entrenador que lo colgó en Villarreal. Diferencias en el vestuario, aducían. Después de depositarlo en la semifinal de la Champions League en 2006, algo entre ellos se rompió: cuando el "Ingeniero" decidió acortar las vacaciones e hizo volver a los futbolistas el 29 de diciembre, en lugar del 2 de enero, Román enfureció. "Se puso por encima del club", llegó a decir Fernando Roig, mandamás del "Submarino Amarillo". Román llegó a estar seis meses sin pisar una cancha, hasta que volvió a préstamo a Boca, donde ganó la Copa Libertadores del 2007.

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Cuando le hizo el gol a River, en el Clausura 2001, Román les hizo señas a sus compañeros: "Esperen, esperen". Corrió sólo, como si tuviera que recuperar la pelota cerca de su arco. Enfiló al palco de Mauricio Macri, en ese entonces, presidente del club. Frenó. Lo miró. Se llevó las manos detrás de sus orejas. Y nació el "Topo Gigio". Macri no lo había vendido al exterior, y el diez estaba enojado. Discutieron bastante, tuvieron muchas diferencias. Que se prolongaron con la llegada de Daniel Angelici —del ala macrista— a la presidencia "Xeneize". Las paredes con palabras de admiración de parte de Macri, jamás fueron devueltas por el diez.

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