Fue costumbre, moda, furor y práctica habitual allá por mediados de los años 80 y hasta bien entrados los 90: los aparatos de VHS para ver videos eran casi infaltables en muchas casas, y esto produjo una invasión de videoclubes en Buenos Aires, pero también en todos los puntos urbanos del país, donde por un módico alquiler se podía acceder a la película favorita.
Según datos del sector, llegaron a existir en todo el país más de 10 mil locales, ofreciendo los lanzamientos más recientes, y también los films de culto para los exquisitos, o los amantes de determinados directores. Pero como todo, los tiempos modernos arrasaron con ellos, a partir de Internet, del cable y de proveedores de servicios y señales con su catálogo de ofertas gratis o a bajo precio.
Con la aparición del DVD y del BlueRay, el video pasó a ser solo un recuerdo, y son pocos hoy los que aún conservan films en ese formato. Y así, hoy no hay en todo el país más de 100 locales, de los cuales en Buenos Aires subsisten poco más de una decena.
Uno de esos "heroicos sobrevivientes" es sin duda Marcos Rago (52), quien desde su local Black Jack, donde se estableció desde comienzos de los 90 en la palermitana esquina de Guatemala y Malabia le presenta lucha a las nuevas tendencias. En su local, Marcos, incondicional hincha de River, cuenta que "actualmente tengo unos 12 mil DVDs, y unos 4 mil BlueRay, y solo mantengo casi como un recuerdo nostálgico algunos videos, porque ya nadie alquila en ese soporte".
Nacido en Banfield y criado primero en la zona de Boedo y luego en Caballito, Marcos cuenta que "si bien desde chico mi abuela me llevaba a ver cine continuado, desde dibujos hasta comedias, y films que recuerdo mucho como Robin Hood o King Kong, mi viejo fue quien más me incentivó el amor al cine, ya que en 1980 compró una de las primeras videocaseteras, que eran una novedad, y de ahi en más la casa se convirtió en un lugar de cita con mis amigos, a ver todo tipo de películas".
Marcos recuerda que "a principios de los 80 los locales de video no alquilaban sino que vendían películas, pero si uno después quería, pagaba un plus y la cambiaba por otra, luego vino lo del alquiler, que fue un furor sin dudas, porque se transformaba en una opción para las noches hogareñas, cuando mucha gente no quería o no podía ir al cine".
Si bien Marcos comenzó sus estudios de ingeniería industrial, más por influencia familiar, al tiempo sintió que no era lo suyo, y trabajó un tiempo en la Casa Rago, de unos tíos suyos, donde se alquilaba ropa de etiqueta. Recuerda que "por aquellos años íbamos a alquilar films a un local en Galería Jardín, y fue entonces que un amigo, Gabriel, comenzó a trabajar en un videoclub en Palermo y yo solía ir a visitarlo, y ahí empecé a engancharme más en serio en el tema".
Hasta que en 1990 surgió la posibilidad de abrir un local propio, y así apareció Black Jack. Marcos dice que "el local tuvo dos etapas, una hasta fines del siglo 20, cuando todavía se alquilaban videos, de los que llegué a tener más de 7 mil, pero de a poco el DVD, y más tarde el Blue Ray, un sistema aún más fiel, hizo que los aparatos de videocasete cayeran en desuso, y hubo que reconvertirse".
Alude a que "fue por la aparición del DVD y luego del Blue Ray, soportes con mayor fidelidad y menor desgaste , pero aún así la competencia del cable y de internet y otras opciones fueron generando de a poco el alejamiento de un público masivo, aunque siempre pudimos conservar y apostar al cinéfilo o al buscador de novedades".
uUna de las cosas que más gratifican a Marcos de su tarea es “el hecho de la charla y de compartir gustos y opiniones o asesorar a quien viene, con el tiempo sabés qué le gusta a cada uno y le das tu consejo en relación a eso” y remarca que “viene todo tipo de gente, desde estudiantes de cine hasta gente de más de 40 o 50 años, y estoy muy orgulloso de poder seguir en este local que está por cumplir 30 años, y resistiendo con muchas ganas”.
Marcos considera que “creo que hay que apostar por lo nuevo, y por eso compro además películas en Blue Ray, aunque ahora hay menos posibilidades de conseguir material, porque hay menos editoras, y trato de conseguir films de afuera que acá no entraron, pero cuesta más encontrar todo lo que uno quiere tener” y señala que “igual tengo un área de venta de DVD’s, la mayoría de ellos de cine clásico, y también le doy importancia al cine nacional, aunque aquí es mucho más difícil conseguir lo nuevo”. Durante un tiempo, Marcos Rago participó y llegó a residir la Cámara Nacional de Videoclubes. “En una época teníamos muchas tareas de coordinación, intercambio y trabajo con las productoras. Y uno de los temas que más trascendía era la lucha contra la piratería”.
Entre algunos clientes notorios que pasaron por su videoclub, Marcos no deja de mencionar al gran escritor Ricardo Piglia, que solía ir a buscar películas. Al respecto, relata que “tengo una linda anécdota, ya que en uno de sus libros, él sitúa una escena en un videoclub de Nueva York, y no casualmente lo bautiza como Black Jack. Un día vino, me dejó el libro, y me señaló que viera determinada página. Cuando la abrí, tuve la grata sorpresa de ver el nombre de mi local en su obra”.
También solía pasar por su local el director de cine Pablo Solarz, y Marcos no deja de relatar con satisfacción cuando circunstancialmente tuvo la sorpresiva visita de uno de los más importantes actores estadounidenses como Willem Dafoe, que necesitaba buscar unos documentales, y gracias a su intermedio, pudo conseguirlos.
Cuenta que “hace unos diez años estaba en mi local solo, y vi un revuelo de gente en la vereda. De repente se abre la puerta y la persona me resultaba conocida. Ahí ví que era Willem Dafoe, le pregunté si era él, y me dijo ‘yes’. No lo podía creer, pero lo saludé, y me dijo que estaba buscando unos documentales de tango para su pareja. Traté de conseguirlos, por suerte lo logré y se los llevé al hotel. Como algún recuerdo quería tener, y no había celulares, le llevé una carátula de ‘La última tentación de Cristo’, el gran film de Scorsese que él protagoniza, le pedí un autógrafo, y me firmó para mí y Black Jack, que conservo con mucho orgullo”.