A pesar que su nombre se hizo famoso por una carrera pedestre que se corre cada 31 de diciembre en Brasil, este Santo encierra misterios: nunca hizo un milagro ni tampoco fue mártir, requisitos insalvables para cualquier otro
San Silvestre nació en el año 270 en Roma y fue el primer papa que el Imperio Romano no persiguió. La razón fue netamente política y tuvo como cerebro al hábil Constantino I, también conocido como Constantino el Grande o como el primer emperador romano cristiano, aunque fue bautizado en su lecho de muerte.
No hay dudas que las historias de estos hombres tienen un camino cruzado. Es que Constantino se dio cuenta que la comunidad cristiana avanzaba velozmente, a pesar de la prohibición a su culto en suelo romano -se calcula que entre 5 a 7 millones, de los 50 que habitaban el imperio en esos momentos, se habían abrazado a esta religión-, por lo que decidió hacerse “tolerante”.
Por eso, en el año 313, Constantino acabó con la persecución a la Iglesia con el Edicto de Milán. Su fin era claro, unificar el bajo su poder al Imperio.
Desde ese momento, se estableció la libertad de religión en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, particularmente los cristianos.
Es menester, según los historiadores, señalar que en realidad este golpe de efecto creado por Constantino, seguido de un cambio rotundo que lo llevó a perseguir a los paganos, fue su intento por apoderarse del nuevo culto que llegaba para quedarse por muchos siglos.
Silvestre sucedió como pontífice a San Melquíades el 31 de enero de 314, un año después de que se promulgase el Edicto de Milán. Entonces se convirtió en el hombre que tenía la oportunidad de acompañar a Constantino y, también, de sacar provecho a favor de la Iglesia.
La primera gran tarea que iba a tener que afrontar era convocar al del Concilio de Nicea, en el año 325. De todos modos, el poder era regido por Constantino, que lideró el Concilio que, supuestamente, involucraba a toda la Iglesia -aunque no fue así porque cerca de mil obispos no acudieron al llamado-.
Sin embargo, fue sorpresivo que, a pesar de esta convocatoria, Silvestre envió dos representantes. Algunos dicen que no podía viajar largas distancias, pero otros, sostienen que su ausencia se debió a que dejó en manos de Constantino tomar las decisiones que fueran necesarias para fundar una nueva Iglesia, a cambio de paz.
Así fue como este Concilio estableció la unión entre Estado e Iglesia que tanto éxito le propinó a la diseminación de este. Además, allí se condenaron las enseñanzas de Arrio y se redactó el Credo Niceno. Este texto, que se convirtió para la religión lo que el preámbulo para una Constitución, rezaba sin vueltas:
“Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. Y en el Espíritu Santo.”
Gracias a esta etapa de florecimiento bajo el palio del poder de Constantino, durante la gestión de Silvestre la Iglesia contó con nuevas basílicas -al tiempo que se iban destruyendo las paganas-.
El emperador le donó a Silvestre, entre otras edificaciones majestuosas, el Palacio de Letrán, donde este último estableció su cátedra, y, además, ordenó el inicio de los trabajos en San Pedro, en el Vaticano y San Lorenzo.
Aunque su gobierno estuvo muy deslucido por la figura y la intervención de Constantino, se le atribuye a Silvestre I el dictamen de reglamentos para la ordenación de los clérigos y para la administración de los santos sacramentos, y la organización de la ayuda que debía darse a los sacerdotes y a los fieles necesitados.
Uno de los puntos más relevantes en la gestión de Silvestre como papa, fue la institución oficial del domingo como Día del Señor, para recordar la Resurrección. También fue el primero en ceñir la Tiara, o Triple Corona Pontificia y en crear la “Corona Férrea” con un clavo de la Cruz.
Todos coinciden que, visto lo sucedido con todos sus antecesores y muchos de sus sucesores, su pontificado fue muy tranquilo. Murió el 31 de diciembre de 335. Su cuerpo fue enterrado en la vía Salaria, en el cementerio de Priscila, a unos cuatro kilómetros de Roma, donde más tarde se levantó una iglesia consagrada a su figura.
Los más fieles señalan que “de vida ascética, Silvestre pudo atender a las obras de beneficencia y en todo momento supo mantener en alto la ortodoxia de la doctrina frente a las incipientes herejías”. Por eso, tuvo como recompensa a su gris paso, el haberse convertido en el primer papa que no murió mártir y la primera persona canonizada sin haber sido martirizada.