La ruleta, el juego que despierta pasiones, cuenta tras de sí con una historia por demás jugosa en lo que se refiere a su llegada a nuestro país, que ocurriera un año antes de la Revolución de Mayo, donde despertó amor y odio entre los habitantes.
Corría 1809 y Buenos Aires era aún el Virreinato del Río de la Plata, cuando Agustín de la Cuesta, alcalde de barrio del cuartel 12 de Buenos Aires, alegó ante el Cabildo su preocupación por un juego conocido como la 'rueda de la fortuna' que, a su entender, estaba ocasionando graves perjuicios en todas las clases sociales. La ruleta había llegado a estos lares de la mano de algún viajero desde la Francia de Luis XV y su célebre amante, Madame Pompadour.
Un tal Calvimonte y Núñez fue el primero que solicitó en 1810 a Cornelio Saavedra, el permiso para la explotación de la 'rueda de la fortuna'. Luego de estudiar el pedido Saavedra lo desestimó ante los dudosos antecedentes del personaje, que había permanecido encarcelado durante los últimos días del Virreinato y a quien se le habían producido varios embargos.
Pero la ruleta estaba dispuesta a quedarse. Y su historia continuaba escribiéndose. Dos años más tarde, la 'rueda de la fortuna' apareció nuevamente entre las 'preocupaciones oficiales'. Por entonces, un decreto estableció que los locales donde funcionara debían abonar una contribución anual al Estado. La suma llegaba los 12.000 pesos, elevada para la época.
En el Archivo General de la Nación aún se encuentra una solicitud anónima -del 15 de agosto de 1815-, para obtener el permiso de instalación de un lugar público donde se pudiera jugar libremente, 'poniendo coto a los desordenes ocasionados por la proliferación de lugares de juego clandestinos'. Pero las autoridades de entonces estaban lejos de considerar a la 'timba' como una fuente de ingresos para el Estado y el 3 de mayo de 1816 el Congreso reunido en Tucumán emitió un decreto que prohibía expresamente 'todo juego conocido bajo la denominación de ruleta y envite'.
Sin embargo, el furor por el juego superaba los decretos oficiales. La ruleta contaba ya, por entonces, con demasiados adeptos. En 1819 don Pedro Lezica efectuó una nueva propuesta al gobierno, bajo el argumento de que en Europa la 'ruleta' no había producido ninguna clase de efectos funestos. Entre idas y venidas Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, prometió arbitrar las medidas para que la solicitud fuera aprobada.
El 12 de febrero de 1820 el Cabildo de Buenos Aires debió considerar el caso por enésima vez y, finalmente, resolvió prohibir en todo el territorio de la provincia 'ese juego tan perjudicial', solicitando al gobernador se adoptaran las medidas pertinentes 'para que no vuelva a repetirse un mal tan funesto a la prosperidad y el sosiego'. La prohibición incluyó el cierre de la única casa de juegos autorizada, de un tal Martín Echarte, quien apeló a la Justicia y consiguió anular la medida.
Mucha agua corrió desde entonces por debajo del puente hasta que en 1944 el decreto 31.090, tomó el toro por las astas, pasando a ser el gobierno el único beneficiario de la explotación de la ruleta y autorizando definitivamente su difusión. En la actualidad también es explotada por empresas privadas.