Se truncó la vida de Senna, como un día antes la de Ronald Ratzenberger al impactar con otra pared de cemento con su humilde Simtek. Es aún hoy, a 20 años de aquel domingo que paralizó al mundo deportivo y que hizo derramar lágrimas en sus millones de seguidores, que Ayrton Senna permanece latente en el sentimiento, presente ante cada hecho, anécdota o historia que se relate de esos años en los que el brasileño deslumbrara.
'Correr, competir, lo llevo en la sangre, es parte de mi, es parte de mi vida', solía decir cuando interpretaba para los que preguntaban, como tomaba su días a velocidad lanzada, como lo hizo sin miramientos a partir de sus comienzos prometedores en la Fórmula Ford inglesa, luego del comienzo siendo un chico en los karting, donde supo tener como rivales a argentinos como el sanjuanino Henry Martin.
Carismático pese a no derrochar simpatía, su espíritu inclaudicable, su fortaleza mental y convicciones, apoyaron a inigualable talento individual y quizás irrepetible. Senna pareció enfrentar las leyes de la física tantas veces que dominó su auto a 300 km/h. 'Tengo miedo de la muerte y del dolor, pero convivo con eso. El miedo me fascina', supo admitir como para emparentarse con cualquiera de nosotros los mortales, que observamos en Ayrton a un héroe de ficción hecho realidad.
Ese brazo de suspensión
Así como se lo recuerda, también no puede olvidarse las espantosas imágenes provenientes de Imola, de la curva de Tamburello, con el Williams que hasta instantes antes punteaba el GP de San Marino, destrozado y Ayrton (¿muerto en el lugar?), fruto de la rotura de la columna de dirección que llevó al auto a pegar en la pared, luego el desprendimiento de la rueda delantera derecha y el brazo de suspensión que, vaya fatalidad, se incrustó en el visor el mítico casco amarillo, provocándole heridas mortales.
Senna construyó su fama imperturbable con carreras memorables, éxitos fenomenales y un espíritu competitivo inquebrantable.