Desde que la Selección Argentina dejó al mundo del básquetbol con la boca abierta en el Mundial 2002, en nuestro país se fantaseó con el recambio que iba a tener ese grupo de jugadores. Ante cada aparición de un buen proyecto que pudieran sustituir a los campeones olímpicos de 2004, la ansiedad se terminó convirtiendo muchas veces en una frustración, mitigada, -en parte,- con la presencia de varios jugadores de la Generación Dorada que extendieron su estadía en la Selección Argentina hasta hace poco tiempo.
La llegada en 2014 de Federico Susbielles a la Confederación Argentina de Básquetbol primero como interventor, y luego elegido presidente, tuvo dos focos bien definidos. El ex basquetbolista bahiense, con el apoyo de los jugadores con Luis Scola a la cabeza, debió hacerse cargo del derrumbe económico que había dejado la gestión de Germán Vaccaro, y también se propuso impulsar un plan serio y profundo de las divisiones formativas.
Hoy al frente de ese proyecto se encuentra el ex jugador Sebastián Uranga, quien reemplazo a principio de 2016 a Juan Alberto Espil en ese cargo.
El entrerriano, ex jugador de la Selección Argentina donde disputó 87 partidos oficiales, sintetiza el proyecto en un par de frases, “La Selección argentina es la síntesis de nuestro trabajo, esa es la punta del iceberg. Estamos para ayudar a formar jugadores, los equipos vienen después”.
Si hay algo que sorprende en esta etapa de trabajo es como Argentina ha subido la altura en sus equipos juveniles, una exigencia decisiva si se quiere ser competitivo con las potencias. En esto no hay magia, así lo explica Uranga, “los chicos altos siempre estuvieron, lo que estamos haciendo ahora es un rastrillaje temprano en cada provincia. El dato es importante porque tenés que saber que hay y lo que tratamos es que se nos escape lo menos posible, si el rastrillaje es tardío se paga caro”.
Pero la cuestión va más allá y no termina sólo en detectar al jugador, “lo que tenemos claro es que el jugador no es sólo producto de su trabajo, sino todo su entorno, y para eso necesitamos que tenga un entorno amigable. Que la familia, que sus amigos, sepan que el jugador necesitan cumplir con una rutina de trabajo para su desarrollo. El mundo formativo exige hoy , 7 horas de físico, 7 horas de entrenamiento individual y 7 horas de trabajo en equipo, es decir 21 horas semanales promedio. Comprobamos que en el país, en general no se le da tanto tiempo a la parte física y técnica”
Sobre el objeto en las selecciones juveniles, Uranga apunta a una línea que se ve en la conformación de los distintos planteles, “tratamos de subir la altura en todos los puestos, eso es lo que se ve en el mundo, de escolta para arriba hay subir la altura para competir. Sabemos que donde más deserción hay es en los jugadores altos, entonces tenemos que ocuparnos para darle todas las herramientas para que puedan desarrollarse y tengan lugar en el equipo”.
Uranga no teme que los resultados puedan hacer trastabillar el proyecto, “todos queremos ganar, pero nosotros le damos importancia al camino que recorremos para ganar. No veo porque no podemos ganar sin dejar mejorar físicamente, desarrollar la técnica y de jugar con conceptos.
Sea grande o chico, para Sebastián Uranga hay reglas generales que están por encima de todo y que busca incentivar la CABB, “la idea es que cada chico trate de ser el mejor jugador posible, el mejor jugador que cada uno de ellos puede ser. Después alguno podrá terminar en la NBA y otro en el torneo de su pueblo. Hoy el mejor jugador es el que más recursos técnicos tiene. Kevin Durant, para ponerlo como ejemplo, es el jugador del futuro, nadie sabe de lo que juega, solo se sabe que juega bien y tiene un montón de recursos”
Para finalizar, Uranga sentenció, El jugador se recibe cuando se retira, siempre tenés que tener en la cabeza que estas aprendiendo y al jugador juvenil hay que enseñarle eso. La idea de todo ese trabajo es que dentro de un par de años, quien sea técnico de la Selección, tenga un grupo de jugadores que pueda jugar al primer nivel”.