La expresión "zona de confort" está presente em la vida cotidiana. Pero, ¿es posible?. Antonio Las Heras analiza este tema que atraviesa la Humanidad.

Hacia fines del siglo XX comenzó a instalarse una expresión: “zona de confort”. Sobre todo el mundo de las ventas – marketing – ofreció, muy gentilmente, esta idea.

Cualquier persona podía conseguir instalarse en esa anhelada “zona de confort” donde sería posible vivir de manera agradable, previsible, sin mayores sobresaltos y con continuas posibilidades de disfrute.

Carl Gustav Jung, el sabio de los secretos de la mente, habría dicho que era una clara expresión del Arquetipo del Paraíso Perdido. Ese sitio, fruto de las estructuras imperantes en lo Inconsciente Colectivo, el estrato más profundo del psiquismo, que señala el anhelo por una vida sin mayores responsabilidades donde todo sea dado sin mayor esfuerzo que el de obedecer a “fuerzas superiores.”

Pero, debemos interrogarnos, ¿realmente existió tal “zona de confort”? Por supuesto que no, ya que para lograr alcanzar tal estado era necesario un esfuerzo diario, permanente, continuado, que es el de tener capacidad para consumir, para comprar. Lo cual implica tener formas para hacerse del dinero necesario que tales adquisiciones requieren.

Como toda ilusión la “zona de confort” es inalcanzable. Cuando la persona cree (no deja de tratarse de una creencia sin fundamento racional reflexivo alguno) que ya llegó, surge algo nuevo que le está faltando y le parece (es, apenas, un parecer; no algo real) que le es imprescindible tenerlo. De nuevo el esfuerzo, de nuevo el desgaste, de nuevo la posposición de hacer otras cosas. Toda la atención puesta en ser capaz de tener lo requerido para seguir consumiendo.

De manera tal que si bien la “zona de confort” es algo inalcanzable, sirve bien de zanahoria delante del burro para que éste camine y camine sin conocer a dónde se dirige puesto que está siendo guiado por una mano que le resulta invisible.

“Zona de confort”, entonces, no hubo. Lo que si se consiguió son peores condiciones de calidad de vida. Estrés, ansiedad, angustia y conductas depresivas se hicieron hechos normales. Personas de tan sólo 40 años de edad comenzaron a sufrir infartos y otras dolencias que, hasta hace poco tiempo, eran padecimientos típicos de gente de la “tercera edad.”

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Aspectos que sí hacen a lo confortable como tiempo para descansar, reunirse con seres queridos, ocuparse de necesidades personales fueron diluyéndose pues si algo no hay en esta época es tiempo para uno mismo. Siendo que, precisamente, en eso radica estar confortable; incluyendo sensaciones tan imprescindibles como serenidad y tranquilidad.

Lo que nos fue ofrecido como una vida mejor en verdad resultó un Caballo de Troya que llevaba, oculto, un preciso entramado de malestares y frustraciones.

La jornada ya no tuvo un momento para el trabajo introspectivo, las búsquedas personales de cada uno, sino que requirió dedicación completa a los estímulos externos. En cualquier momento, a toda hora, lo externo irrumpe a través de la pantalla. Algunos creyeron que la mejor defensa a esto era privarse de tal pantalla. ¡Tampoco! Esos quedaron aislados.

¿Qué trámite no se hace hoy a través de la pantalla? Y quien no aprendió a utilizar estas herramientas se convierte en un analfabeto del Tercer Milenio.

Una vez más la clave está en las justas proporciones. Utilizo la tecnología a mi beneficio. Pero, claro, para lograr esto, previamente, es necesario haber comprendido que, en cada jornada, tengo que ser lo suficientemente valiente y atrevido para ser capaz de darme tiempo para mi mismo; para mis reflexiones.

¿A dónde voy y para qué voy?

¿A dónde voy y para qué voy?, como enseñaba San Ignacio de Loyola. No alcanza con “a dónde voy.” Es imprescindible responder con claridad a ¿para qué voy?

Junto con ello, comprender que nunca existió, ni tampoco habrá “zona de confort” alguna. Estar con vida implica resolver problemas, dificultades, imprevistos que son inherentes a la existencia cotidiana.

Y también comprender que vivir en plenitud implica la búsqueda de un ejercicio de la libertad cada vez más pleno. La libertad no es un lugar cómodo. Todo lo contrario. Es incómodo. Pero permite realizar una vida cuya existencia tenga sentido. Sobre todo, sentido trascendente. Pues otro engaño de estos tiempos ha sido intentar hacernos creer que los humanos sólo somos el resultado de reacciones físicas y químicas. No. Esos son los efectos en el cuerpo humano.

Pero quien oprime esos botones –la causa– es del orden de lo no físico. De lo trascendente. Tal vez convenga volver a tener en cuenta términos como “espíritu” y “alma”, ¿cierto?

Antonio Las Heras es doctor en Psicología Social, filósofo y escritor. e mail: [email protected]

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