“El equipo dejó la vida por esta camiseta”, declaró Guillermo Barros Schelotto a los pocos segundos de terminar el partido que le dio a Boca la clasificación a las semifinales de la Copa Libertadores.
La frase es la que suelen regalar los técnicos cuando el equipo que dirigen mete mucho y juega poco. Porque fue eso lo que ofreció Boca en Belo Horizonte. Gran esfuerzo para defender los espacios y multiplicar su resistencia protegiendo a un arquero decididamente mediocre como Rossi, que es un verdadero canto al desconcierto, ya que en cualquier momento y en cualquier jugada está latente la posibilidad de que cometa un error grosero. Y cometió varios, más allá de un par de aciertos.
Ese esfuerzo para aguantar el partido empatando y luego perdiendo 1-0 hasta que Pavón sobre el cierre clavó la igualdad con un bombazo después de una habilitación de Wanchope Abila, no tuvo una proyección valiosa ni en el medio ni arriba.
Este Boca agarrado con alfileres hoy no parece tener margen para desarrollar una producción convincente. De hecho no lo hizo frente al Cruzeiro, ni aún contando con los fallos siempre favorables del árbitro uruguayo Andrés Cunha, muy sensible a pitar en perjuicio del equipo brasileño, como por ejemplo en el gol que sobre el final del primer tiempo le anuló al delantero argentino Barcos, después de una pésima salida de Rossi a cortar un centro.
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A Boca por supuesto le quedó la satisfacción del objetivo cumplido. Y así lo expresó su entrenador en pocas palabras y en algunos gestos. Logró una clasificación angustiosa (aunque el empate diga lo contrario), denunciando que no va a llegar en las mejores condiciones futbolísticas para enfrentar al Palmeiras en semifinales.
Lo que se advierte sin demasiado esfuerzo es que no está entero el equipo. En especial en el plano anímico. En ese territorio resignó firmeza y seguridad como consecuencia de las últimas heridas que le infringió River en La Bombonera. Por eso seguramente su planteo fue muy conservador, a pesar de la presencia inicial de Pavón, Zarate y el colombiano Villa, de buen primer tiempo. En otra circunstancia y en otro contexto, Boca a pesar de sus problemas para encontrar un funcionamiento, le habría impuesto otras condiciones a este discretísimo equipo brasileño, con menos luces que un fósforo apagado.
¿Cómo operará en el microclima de Boca este arribo a la penúltima recta de la Copa Libertadores? Como un estímulo muy importante. Porque quedarse afuera y con River en carrera hubiera sido una catástrofe que derivaría en una crisis que incluso alcanzaría al presidente del club, Daniel Angelici.
Pero no puede el plantel de Boca mirar las estrellas. Los mellizos Barros Schelotto tampoco. El equipo de ninguna manera dio señales significativas que anuncien un crecimiento colectivo. O un perfil superador. O una moderada evolución a la hora de medir sus respuestas. Recién se liberó de la presión a la que lo había sometido Cruzeiro cuando a 10 minutos del cierre fue expulsado Dedé por cruzarlo a Pavón en la mitad de la cancha, en otra determinación efectista del árbitro Cunha.
Le quedó como saldo a Boca el resultado y el pasaje a la próxima ronda. No es poco en tiempos de dudas e incertidumbres. Pero volvió a dejar al desnudo que el equipo tiene la necesidad imperiosa de fortalecerse. De jugar mejor. Y de trascender la medianía, mientras el domingo lo espera Racing en Avellaneda imaginando un Boca medio alternativo y más enfocado en la Copa que en el campeonato.
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