Fue entre Jack Johnson (negro) y James Jeffries (blanco), por el título mundial pesado del primero, que exacerbó debajo del ring un problema racial en la sociedad yanqui, dejando varios muertos y heridos. ¿Se superó ese conflicto, o apenas cambió de forma? Floyd Mayweather declaró hace poco que sólo entrenará en su gimnasio a boxeadores afrodescendientes

El odio racial –como el ideológico- existió siempre en la humanidad a través de la historia. Pero en pocos deportes se vio tan crudamente como en el boxeo.

Sucedió, entre los casos más renombrados, con Muhammad Alí –nada menos-, con la pelea entre Joe Louis-Max Shmeling, y varios años antes, con Jack Johnson, “El Gigante de Galveston”, el arrogante primer campeón mundial pesado negro de todos los tiempos.

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Fue justo el Día de la Independencia Norteamericana de hace 110 años, un 4 de julio de 1910, cuando en el país del Norte con la idea de poner fin al poderío invencible del Negro Jackson, se pactó un duelo contra el ex campeón completo, el retirado hacía 6 años James Jeffries, “La Esperanza Blanca”, el único -en opinión de muchos- capaz de vencer a Jackson y recuperar la supremacía blanca, en lo que se denominó la “Pelea del Siglo”. La primera de todas.

En un estadio levantado en Reno, Nevada –ciudad muy tranquila-, exclusivamente para la ocasión, con capacidad para 20.000 personas que agotaron las caras entradas de 40 dólares, se los enfrentó a estadio abierto a las 14:30, bajo 40ºC de calor, a una distancia de nada menos que ¡45 asaltos!

Nunca antes se había construido un estadio especialmente para un evento deportivo. Se confeccionó totalmente en madera.

Tal fue la importancia del combate que el promotor Tex Rickard le ofreció arbitrarla al propio presidente de los Estados Unidos, William Howard Taft, quien amablemente desistió de la oferta. Finalmente fue el propio Rickard quien lo hizo, ocupando ambos roles, algo que hoy se vería ridículo.

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De los 16.525 asistentes, sólo Jackson y un par de colaboradores suyos eran negros. El resto, población blanca, que fue a bramar a favor del favorito por 7 a 1en las apuestas, el hasta entonces invicto Jeffries.

Pero Jackson los privó del banquete y le dio una paliza al blanco, derribándolo dos veces en el 15º y obligándolo a rendirse, cuando sus segundos tiraron la toalla para ir a socorrerlo. Ya en la primera caída había entrado gente al ring para ayudarlo a levantarse, uno de ellos patadita mediante en el glúteo.

KOT 15. Pero la victoria no fue gratuita. Provocó disturbios en todo el país durante varios días tras el combate. En 50 ciudades de 25 Estados se registraron decenas de muertes por ambos bandos a cuchillo y revólver, golpizas y linchamientos, centenares de heridos, destrozos varios de negocios y domicilios, ataques grupales, persecuciones, detenciones policiales y consecuencias de todo tipo. Una tragedia social.

Fue la máxima expresión de violencia racial producida por evento alguno en Estados Unidos hasta el asesinato de Martin Luther King, ocurrida en 1968, casi medio siglo después.

A tal punto, que a raíz de ese combate surgió un movimiento para prohibir el boxeo rentado en todo el territorio, cosa que no prosperó. Pero en su defecto se prohibió la proyección del combate en todos los cines del país, y varios Estados directamente prohibieron los filmes del boxeo, medida que duró hasta 1940.

A Jackson, hijo de esclavos, no le perdonaban haberse casado con una mujer blanca. Y, perseguido desde entonces por la Justicia yanqui (todos blancos), fue condenado a prisión, acusado de “trata de blancas”, cosa que nunca pudo probarse. Por eso huyó a Europa, donde siguió boxeando.

Para aplacar un poco las aguas y buscar su redención –que no consiguió-, en 1915 “regaló” su corona mundial en Cuba ante el blanco estadounidense Jess Williard, ante quien perdió por KO en el round 26 de los 45 pactados.

Pero su brazo derecho tapándose el sol de la tarde en ese estadio abierto mientras estaba en la lona, enardeció a los fanáticos, que advirtieron en ese gesto una evidente señal de que estaba consciente y que se dejó ganar. La derrota por sí sola no fue suficiente para lavar el orgullo de la raza.

Hace unos días, 110 años después, el inefable Floyd Mayweather declaró que en su gimnasio sólo entrenaría a boxeadores negros.

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“Los mexicanos apoyan a los mexicanos, los dominicanos a los dominicanos, los chinos a los chinos y los puertoriqueños a los puertoriqueños. Soy un negro americano apoyando primero a mi gente”, expresó en una entrevista con la página web Fighthype.

Así van cambiando las cosas en las sociedades. Los que estaban abajo hoy lo están arriba, y viceversa. Los dominados de ayer hoy son dominadores, y viceversa. El ex oprimido se convirtió en opresor, el abusado en abusador, y el discriminado en discriminador, todo según el lado del mostrador en que se encuentra, del contexto en que se vive, y de la relación de poderes, sin un justo equilibrio.

“El pájaro se come a las hormigas; pero cuando muere, son las hormigas quienes se lo comen a él”.

No hay víctimas ni victimarios naturales en el mundo, sólo momentos en los que podemos demostrar cómo somos, o padecer al otro. ¿Alguna vez cambiará esto? Ésa sería la verdadera revolución, no invertir paradigmas.

Ah; tras la pelea del siglo, Jeffries reconoció que ni en su mejor momento hubiera podido contra Jackson, y éste, que Jeffries había sido su mejor rival. Gestos de grandeza que también enseña el boxeo.

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