Barcelona necesitó de diez minutos de Lionel Messi para meterse en la final de la Champions League. El rosarino maneja sus esfuerzos. La rompió en la ida. Hizo dos goles. Asistió a Neymar en el tercero. Y sabía que hoy, en Alemania, ante Bayern Münich, contra Pep Guardiola, necesitaba hacer un gol más para obligar a los teutones a convertir cinco.
Benatia abrió la cuenta rápido. Pero después, la Pulga se hizo gigante. Fueron dos toques: uno para parar la pelota; el otro para habilitar a Luis Suárez. Lo dejó solo. El uruguayo le sirvió el gol a Neymar, que empató el partido. Liquidó la serie. Desde entonces, Messi desapareció. Más allá de algún destello, no brilló más. Trotó, camino, y fue testigo de lujo de lo que fue victoria por 3-2 para los de Guardiola, pero que depositó en la final a los españoles.
Suárez fue asistidor dos veces, y Neymar goleador en ambos goles. Hacen una sociedad letal. Los tres sudamericanos hacen lío en Europa. La conquistan. Es la venganza de los pueblos originarios: son tres tipos "haciendo la Europa".
Al Bayern le sobraron ganas. Intentaron: se encontraron con Ter Stegen. Empataron el partido con un gol maravilloso de Robert Lewandowski. Pero media hora no era suficiente para descontar cuatro goles. Pudo restar uno más gracias a Thomas Müller. Fue insuficiente: el resultado murió en 3-2, y Barcelona sacó su pasaje a Berlín.
Mientras pasó todo eso, Messi deambuló por el pasto del Allianz Arena. Él sabía que su tarea estaba hecha, que el objetivo estaba cumplido. Que ahora su equipo tenía que esperar: Real Madrid o Juventus será el rival en la final. Mañana conocerá la respuesta.