Aquella vez fue idéntico. El desahogo cayó porque el cántaro se rompió al final, y el cántaro se rompió al final porque San Lorenzo machacó al Flamengo con emoción amateur. El Ciclón consiguió una —otra— histórica y agónica clasificación a los octavos de final de la Copa Libertadores porque Fernando Belluschi desenvainó un zurdazo cuando el partido se iba por la rejilla. Ganó el encuentro, se quedó con su grupo y eliminó al gran cuco.
Aquella vez fue idéntico porque San Lorenzo tardó 91 minutos en conseguir autonomía. Aquella vez: en 2014, meses antes de ganar la única Libertadores de la historia del club, debía convertirle tres goles a Botafogo y esperar un resultado favorable en el choque entre Independiente del Valle y Unión Española en Chile para pasar de ronda. El final es conocido: a los ecuatorianos les faltó un gol para alcanzar el resultado que precisaban y en Boedo, empujados por el aliento incesante del público, Ignacio Piatti corrió 30 metros con el campo todo para él y colgó la pelota en el ángulo, en la memoria del pueblo sanlorencista.
Anoche, la autonomía se traducía en ganar. No importaba la cantidad de goles: lo único imprescindible era conseguir un triunfo. Sumar tres puntos. De hacerlo, lo que ocurriera entre Universidad Católica y Atlético Paranaense en Santiago de Chile tenía el mismo interés que un partido de la liga de Singapur. Rodinei puso en dominante al Flamengo. Marcos Angeleri, a quince minutos del final, metió el empate que servía porque Católica ganaba. Pero cuando Atlético Paranaense pasó al frente en el partido, a diez minutos del final, la igualdad era inservible como una bicicleta sin ruedas.
Entonces apareció Belluschi. El vínculo entre Belluschi y los hinchas fluctúa como un electrocardiograma. Picos de amor, pozos de decepción. Como cuando una banda de música brillante saca un disco mediocre: la desazón por no colmar las expectativas provoca tristeza, enojo, bronca. La jerarquía del volante es indiscutible. Pocos pensaban así cuando llegó en 2016 detrás de una cortina de niebla, como una silueta imposible de visualizar, luego de una vacación en el fútbol mexicano. La volea en Córdoba para aplastar a Boca en la Supercopa 2016 y su capacidad para mostrarse como frontman futbolístico sembraron el vínculo con la gente, que se extendió al club: alargó su contrato hasta 2019.
Sin embargo, esta versión de Belluschi era la de un músico venido a menos, una especie de rockero cansado. Lento y poco cerebral, su fina calidad parecía erosionada. Dos toques bastaron para demostrar que el físico puede empeorar y la velocidad mental puede ser menor, pero la calidad —la categoría— es irrompible como el oro: control con la cabeza, zurdazo cruzado, violento, letal: gol. Ahí estaba la autonomía: San Lorenzo ganó 2-1 y clasificó a octavos de final después de dos años consecutivos sin pasar el umbral de la fase inicial.
Como Piatti, Belluschi se convirtió en santo. Ya nadie debería animarse a discutirlo. Tiene un cheque en blanco, un nivel de tolerancia suprema. Apareció cuando la situación lo reclamaba. Como Piatti. Aquella vez fue idéntico.
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