
Serio, disgustado, sin poder disimular su fastidio, el técnico Guillermo Barros Schelotto sacó a relucir finalmente esa autocrítica que se esperaba desde hace tiempo, más allá de la realidad distinta que muestra la tabla de la Superliga.
“Va a tener un límite esto de ganar jugando así, cuando alguno juegue mejor que nosotros nos va a ganar. Hasta ahora nadie pudo superarnos”, afirmó tras la pálida victoria ante los juveniles de Banfield, dándole así una dosis de realismo a lo que su equipo viene mostrando en las últimas fechas y activando, al mismo tiempo, un disparador en cuanto al futuro de Boca, seguramente más complicado, de cara a la Supercopa Argentina y a la Copa Libertadores.
En búsqueda de soluciones, la mirada cruda del DT es un paso positivo, como así también que se acorten los plazos de espera por dos futbolistas claves para el funcionamiento de Boca: Fernando Gago y Pablo Pérez. No hay juego sin ellos, por más que se quiera disimular sus ausencias con otros de buen pie como Edwin Cardona, Emanuel Reynoso y Carlos Tevez, porque el colombiano no sale de sus vaivenes, porque al cordobés le falta rodaje en un grande y porque el Apache vive confundido entre ir de Nueve o bajar unos metros para recibir. Con un agregado fundamental, una lentitud exasperante, sólo quebrada por las corridas de Cristian Pavón.
Con ese panorama, Boca se debate entre la monotonía y la imprecisión. Es previsible y le facilita la tarea a rivales que sólo oponen el recurso de esperarlo bien parado en defensa. Y para colmo de males, cuando retrocede no lo hace bien, deja espacios, y padece continuamente ante las jugadas de pelota parada en su contra por esa manía de marcar en zona con un arquero que no sale a cortar.
En pocas palabras, Boca enamora en la tabla pero decepciona en el juego. Extraña a los ausentes y ni siquiera con la fuerza de sus números ha logrado encontrar el respaldo para desplegar sus virtudes. Debe encontrar respuestas rápidas, desde la creación, la intensidad y la solidez, porque sólo así podrá aspirar a superar la complejidad que se avecina en la triple competencia.