Después de ocho años en los que pasó muchísimos problemas, el Torito retorna a la máxima categoria.
No los despierten, dejen que sigan soñando. Dejen que el barrio adelante las Fiestas, que tenga la propia, que se divierta, que la disfrute. Ha pasado por tantas malas que es sentimentalmente justo que ahora los hinchas de Chicago se den el lujo de dar rienda suelta a su felicidad.

El Torito es de Primera otra vez; después de siete años de constante sufrimiento. Tal vez no tenga sentido, desde lo emocional, echar la vista atrás. Lo pasado pisado, dicen; y es verdad. ¿Pero qué hincha de los que hoy pasó el medio siglo de vida hubiera contado con la suficiente cuota de optimismo para verlo de nuevo a Chicago en la máxima categoría? Algunos, tal vez nadie.

Hace siete años se consumaba una pesadilla de la que pocos se resisten a olvidar: aquella fatídica promoción ante Tigre. Ese fue el principio de un fin que culminó ayer en la cancha de Instituto; que se corona con dos ascensos en tan solo seis meses. Una de la mano de Pablo Guede, y esta con Labruna. Dos ascensos y una vuelta a Primera. Pavada de logro.

En el medio debió correr mucha sangre: 18 puntos menos y doce meses sin jugar en Mataderos. Dos descensos consecutivos y vuelta a empezar en la categoría que lo vio nacer en el profesionalismo, la B. Un retroceso clave, brutal, de casi 20 años. Hoy aquél castigo -a juzgar por lo que pasó después en materia de violencia deportiva- suena hasta exagerado.

Pero por el barrio soplaron nuevo vientos después de la tormenta, despejaron el cielo verde y negro, y el resurgimiento se puso en marcha. Fue complicado, duro, difícil desde todo punto de vista. Es más, todavía hay muchas cosas por mejorar. Lo institucional hay que dividirlo en tres: la siempre pobre economía, el castigo social por los hechos de violencia, y la deportiva. Esta última supo de alegrías y tristezas. Un nuevo ascenso a la B Nacional y la rápida vuelta a la B. Chicago jamás se dio por vencido, aprendió como nadie la lección y volvió a apostar fuerte.

De la mano de Christian Gómez, del ídolo, el que volvió "para ser campeón", de esa multitud que -desde su verdadero lugar- acompañó y acompaña siempre, y de esta dirigencia que supo hacer una fuerte autocrítica y hoy lo ve plasmado en este ascenso histórico y merecido. Seguramente, uno de los más importantes de su historia.

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